Eliécer Cárdenas, el escritor incorregible

Eliécer Cárdenas
Su manifiesta tendencia política reverberó en su escritura poblada de tensión social y de hechos reivindicativos, como en su novela Cabalgata nocturna. Fotografía: Pinterest.
Mientras en Guayaquil o Quito, la Casa de la Cultura o la Universidad Central auspiciaban a otros autores, en su caso las publicaciones debieron salir de su propio bolsillo.

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Eliércer Cárdenas se fue de este mundo hace 365 días y su inesperada partida enmudeció el mundo literario a través del cual dignificó la palabra. 

Se fue de esta vida con la misma barba apostólica y revolucionaria con la que todos lo conocimos. Con la misma ropa de modesta costura -siempre con saco, nunca con corbata- con que solía recorrer las calles de Cuenca

Con la misma voz de río caudaloso con que contestaba los saludos a quienes lo reconocían andando por allí, tuteándose con las cosas sencillas de la vida. 

Sí, sencillas, porque si algo caracterizaba al creador de esa especie de Robin Hood criollo que fue Naún Briones, fue su total desapego por la fatuidad y la pedantería.

Nació en Tambo Viejo, provincia del Cañar, a medio camino del siglo XX, un día provisto de la magia suficiente para darnos a un ser que, más allá de su reconocida postura política —estuvo afiliado al Partido Comunista—.

Nunca bajó la cabeza ni la mirada, tal cual como esas esfinges de la isla de Pascua: siempre atento, siempre imperturbable.

A los 16 años, imitando los pasos del escritor británico Walter Scott, hizo un remedo de novela que no terminó de escribir porque su incertidumbre de neófito escritor le dijo al oído que no servía y la quemara. 

Eliécer Cárdenas en realidad se solazaba con todo lo que le evocara cultura, de ahí que continuamente decidiera desdoblarse para asistir a cada evento al que fuera invitado. Fotografía: La clave Cuenca.

Lactó de la erudición de su familia conformada por unos tíos cultísimos.

Sus lazos de consanguinidad lo unían a Ezequiel Cárdenas, compositor de “La bocina”Nela Martínez Espinosa, política y escritora, y Simón Espinosa Cordero, académico y escritor.

De cabello negro y ensortijado, con una especie de cerquillo sobre la frente, de piel más bien blanca, apenas oscurecida por su constante deambular en busca de historias y antihéroes, solía ir de chico a conversar con los presos que elaboraban artesanías en la cárcel del Cañar. 

Cárdenas supo que tendría un pacto inviolable con la eternidad luego de publicar, en 1976, Polvo y Ceniza, premiada por la Casa de la Cultura dos años después.

No estoy seguro de que alguna vez pueda escribir algo mejor que ese pequeño best-seller que es Polvo y Ceniza, confesó en una entrevista el propio autor. 

En su caso, no solo Naún Briones, con su contrariada bondad a lomo de caballo, lo representaba, sino otros personajes, la mayoría inconformes con las inequidades de la vida.

Polvo y Ceniza se convierte en el “único lugar en el que es posible impugnar la inequidad y expresar la inconformidad a través de la riesgosa resolución de recurrir al mal como forma de restaurar el bien: robar al rico para repartir entre los pobres”, señala Mariagusta Correa. 

Según esta experta en la obra de Cárdenas —acádemica cuencana y pupila entrañable del escritor— él estaba consciente de que la escritura tenía un trasfondo, que no era una gratuidad ni el capricho de algo que podría llamarse inspiración o epifanía.

En Hoy al general…, su primera colección de cuentos, encuentra una preocupación del autor por las formas en las que los cuerpos son desechados desde un poder que surge en escenarios sociales (Las limosnas), familiares (Honor familiar) y estatales (Hoy al general…). 

Su manifiesta tendencia política reverberó en su escritura poblada de tensión social y de hechos reivindicativos, como en su novela Cabalgata nocturna

Con un sentido del humor fuera de lo común, presto a crear sobrenombres y siempre con una sonrisa a la mano —según el recuerdo de su hija Berenice—, Cárdenas estructuró su carrera literaria salvando extremas dificultades. Fotografía: YouTube.

Más allá del escritor

Clarita Medina, periodista guayaquileña y directora de A vuelo de página, programa cultural con asiento en Guayaquil, lo entrevistó el 23 de septiembre del 2020 y pudo departir largamente con él. 

A ella le llamó la atención de Eliécer, su sencillez.

Un hombre tremendamente sencillo, a pesar de ser uno los escritores más prolíficos e importantes de la literatura ecuatoriana de la segunda mitad del siglo XX e inicios del siglo XXI”, dice Clarita de Cárdenas.

Algo corpulento, amante del tango, de la zamba, el café, el cine y el danzón cubano, consecuente con esa hoja de ruta insoslayable que le había diseñado la vida, siempre se dio tiempo para atender las exigencias de la cultura y animar a los jóvenes a que sigan escribiendo.

Inquilino por 30 días en su juventud temprana del expenal García Moreno, por “rojo”, revoltoso e inconforme con la dictadura de Velasco Ibarra, Cárdenas, que fue acusado de querer incendiar la Gobernación del Azuay, era un hombre sensible.

Tenía por costumbre “empuñar” los labios cuando hablaba, como si tratara de filtrar cada una de sus palabras y de sus pensamientos.

Solía recordar, al mejor estilo del poeta chileno Pablo Neruda en la Isla Negra, que cuando los militares allanaron su casa en Cuenca, en busca de armas u otro material subversivo, lo que encontraron fueron libros, realmente, “las mejores armas”.

Paciente y disciplinado con la escritura, Cárdenas dejó tras de sí más de veinte novelas e innumerables artículos, todos los cuales nos llevan a la certeza de que, pasados los siglos y los siglos, nunca serán… ni polvo ni ceniza. 

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