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Chucky y la extraña fascinación por los muñecos diabólicos

Representación de Chucky. Ilustración: Natalia Álvarez.

Para escribir sobre Chucky, hace falta retroceder a la icónica década de 1980, época en la que el cine fabricó a varios símbolos de la cultura pop. Entre ellos, un “tierno” muñeco pecoso, de cabello rojo que vestía un buzo colorido a rayas y overol de jean.

Chucky ni siquiera necesitó de un cuerpo humano para trascender la década de 1980 y convertirse en una de sus figuras emblemáticas. Para cometer sus crueles matanzas, se valió del cuerpo de un muñeco, encarnando así, uno de los temores más primitivos que se alberga en nuestra psique.

Chucky (cuyo título original es Child’s Play) cuenta la historia de un asesino que consigue, antes de morir, hacer que su alma “posea” a un tierno muñeco.

La primera película, que se estrenó el 9 de noviembre de 1988 (justo la fecha en que el alma del asesino Charles Lee Ray se posesiona del cuerpo de caucho de un muñeco), “cautivó” a la audiencia. Chucky, el protagonista, era carismático, pese a su crueldad. Además tuvo el acierto de combinar opuestos: humor negro y truculento, terror, comedia, suspenso y thriller detectivesco. Tampoco faltó el guiño esotérico, convirtiéndose en una cinta de culto.

Después de su estreno, no faltaron las polémicas: algunos sectores de la sociedad norteamericana consideraron que la cinta normalizaba la violencia e incitaba a los niños a cometer actos violentos. Tal fue la presión que, MGM, vendió los derechos a Universal, firma que siguió con la saga.

Han transcurrido 34 años desde su estreno. Sin embargo, Chucky, el muñeco diabólico, sigue y seguirá ocupando un lugar estelar entre los personajes clásicos del cine de terror.