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Blonde: la toxicidad del blanco y negro

Marilyn Blonde
Marilyn Monroe con voz propia asentó en entrevistas varias, cuán decidida estaba para hacer de su cuerpo (como un todo) un culto. Se regodeó hasta la saciedad en la construcción de ella misma como un mito de belleza deslumbrante. Sin el menor rastro de culpa… como debe ser. Fotografía: Getty Image.

Cae la tarde en Nueva York. Marilyn Monroe y Truman Capote caminan por el puerto. De repente, ella se voltea y le pregunta: ¿Si alguna vez te preguntaran cómo era yo, cómo era en realidad Marilyn Monroe, ¿qué contestarías? Apuesto a que dirías que era una tonta.

Él -según narra su novela Música para camaleones– le habría querido contestar: Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo que salir así? ¿Por qué es una mierda esta vida?

Le respondió, empero: Eres una hermosa niña.

Esta escena de la vida real, de quien ha sido nombrada -varias la mujer más sexy y deseada de occidente, ilustra prístinamente la relación entre la película Blonde del director neozelandés Andrew Dominik (producida por Netflix), la avalancha de rotten tomatoes que ha recibido y el punto de vista que muchas feministas en todo el mundo han esgrimido sobre el filme.

Como cinéfila empedernida y como curadora de audiovisuales: me propongo en las líneas a seguir suscribir aquello de hermosa niña. 

Marilyn Monroe y Truman Capote, en el Club The Morocco. 1955/Cordon Press.

De la sordidez a la misoginia

La historia del cine está plagada de guiones que van  por caminos oscuros, sobre los que avanzan personajes turbios. La mirada de quien dirige la cinta nos acerca a la textura de esas pisadas, que se quedarán en nuestro imaginario para siempre.

Blonde, por ejemplo, irrumpe en el plexo solar lacerando la memoria colectiva de nuestra esencia primordial femenina. 

Las vejaciones a la que el personaje es sometido una y otra vez, hablan de un diseño de producción en extremo misógino y extemporáneo.

Mientras mujeres de todo el planeta están alzando la voz con el ánimo de derrocar al patriarcado que nos oprime y al corporativismo salvaje que nos explota; Andrew Dominik pone en escena la metáfora de lo que ambos monstruos persiguen: la mujer vulnerable, rubia, hermosa y tonta -que trabaja en la industria del entretenimiento- debe hacerle una felación al presidente de los Estados Unidos.

Horror de horrores que puede ser anquilado con una sola línea de la película de la directora feminista británica Lynne Ramsay.

La violencia explícita dentro de la obra de arte nunca será el problema. Lo será -siempre- cuando el hacedor la presenta al público sin el menor filtro crítico; y, por lo tanto, la subraya. 

La toxicidad del blanco y negro

Marilyn Monroe le abrió la ventana a la colosal Ella Fitzgerald: puso como condición para cantar que aceptaran a la segunda; y, que le pagaran un salario digno. Fotografía: Getty Images.

Blonde no es la primera película que aborda la vida de Marilyn Monroe, de hecho, sobre esta mítica actriz se han realizado un total de seis ficciones, seis documentales y dos series.

Rubia (título del film en castellano) está basada en la novela de Joyce Carol Oates -con idéntico título en inglés-, el libro que apuesta por una mirada onírica y freudiana acerca de los aspectos más dolorosos de su biografía; únicamente por ellos.

Dominik echa mano de un recurso que en este siglo se ha convertido en la muletilla para disimular guiones deplorables: el blanco y negro.

Ya lo hizo el mexicano Alfonso Cuarón en Roma y lo replicó el ecuatoriano Diego Araujo en Agujero negro. (Tres, piezas fílmicas lamentables con pretensiones de cine psicológico); sobre las que genios del género -y del uso de la óptica- como Ingmar Bergman y Maya Deren sentirían vergüenza ajena. 

Cabe recordar que la fotografía de un filme nunca hizo, no hace y no hará verano; por muy exquisita que esta sea. De hecho, en Blonde, esta cromática binaria no hace otra cosa que reforzar el estereotipo barato que hacen de Norma Jeane Baker, nombre de Marilyn.

Dominik, el niño con la infancia doliente

No son pocas las entrevistas en las que el director que nos ocupa ha declarado sentirse identificado con la infancia doliente de Marilyn Monroe.

Como tampoco son menores las veces en que el adulto contemporáneo se apresura con el consabido: Hay que separar la obra del artista, cuando se trata de un creador varón sobre el que pesan serias acusaciones de violencias hacia mujeres de su entorno.

Es también frecuente la pregunta que proviene de similar perfil: Lo importante es saber ¿qué vas a hacer con eso en el futuro?, articulada a manera de disculpa por los crímenes de sus pares; y, a la espera de que la respuesta ofrezca un listado de obras de arte inspiradas en lo que ellos llaman amar sus propios demonios, pero que -en el caso de Dominik- no es otra cosa que una evidente emasculación, que le conduce a replicar lo que en su momento hizo (ese otro cineasta misógino) Alfred Hitchcock: filmes larguísimos, en blanco y negro, protagonizados por actrices cuyos personajes son llevados al extremo del maltrato psicológico.

El trauma per se no es en absoluto reprochable; por el contrario, cuando ha sido contado en imágenes en movimiento, rodadas desde un lente consciente y empático; el cine mundial se ha visto nutrido de piezas magistrales como las de Chantal Akerman, realizadora belga que perdió a casi toda su familia en los campos de concentración de Auschwitz.  

Chantal Akerman (1950-2015).

Netflix: un cálculo económico maquiavélico

Netflix sabe que el valor de sus acciones cayó (en abril pasado) en Wall Street, en un 60%; desde 2011. Sabe también que un gran escándalo mediático -que involucra a un personaje mundialmente conocido- representa ganancias en dólares (y millones de horas de visualización).

Esta plataforma de streaming, vio en la propuesta de Dominik una oportunidad de oro para levantar sus finanzas con creces, a costa de la biografía de Marilyn.

Negocio calculado friamente si consideramos que el filme contiene dos secuencias en las que los fetos no natos de la actriz, recitan textos sobre su deseo de vivir (con voz de bebés varones, claro está); y que fue estrenado en el mundo entero cuando faltan pocos días para que el senado estadounidense empiece el debate y la votación sobre el aborto. 

El panorama se torna más grave aún, cuando la película que nos atañe transcurre por entero en Los Ángeles-California; estado a donde acuden miles de mujeres desde otros donde el aborto está penado por la ley.

La industria del cine no da puntada sin hilo; es por ello desolador que en el reparto encontramos a Adrien Brody (Arthur Miller en Rubia), quien -por contraste- ha formado parte de cintas memorables como El Pianista (2002) o Bread and Roses (2000); y, de series fundamentales como Peaky Blinders (2017). 

Así mientras Miguel de Cervantes debe dar vuelcos en su tumba cada vez que alguien cita su predicamento de El Quijote: Ladran, Sancho, señal que cabalgamos, para justificar cualquier barbarie a nombre de la envidia; Nicolás Maquiavelo debe frotarse las manos cuando los hacedores y difusores de arte pisotean la dignidad de los otros para lograr sus objetivos.

¡Cómo no ladrar como perras feroces ante la existencia de Blonde!