“Soy andina, urbana y caótica”. Así se define la quiteña María Fernanda (Mafo) López Jaramillo, amante del arte urbano y defensora a ultranza de aquellos espacios (todos) en donde los jóvenes pueden desarrollar su arte.
Luego de realizar un PhD en Teoría de la Cultura en México se radicó en Guayaquil. Su intención era quedarse en esta ciudad seis meses, pero lleva ya siete años.
Uno de los proyectos en los que trabaja en la Universidad de las Artes, en donde comparte con los alumnos sus conocimientos, es “Arte, Mujeres y Espacio Público”, que va por su tercera edición.
María Fernanda López creció rodeada de distintas expresiones artísticas y eso hizo que en ella se cultivara su gusto por el arte, tal como su madre.
Pero hace una aclaración: “Yo no estudié arte, soy abogada, con una maestría en Estudios de la Cultura, un diplomado en arte ecuatoriano, y tengo un PhD”.
Estar rodeada de arte hizo que se inclinara por la actuación, de ahí que sea actriz y clown.
El desdén por la mujer y la cultura urbana
“Todavía hay mucho machismo y desconocimiento sobre la importancia de lo que es la cultura urbana”, manifiesta esta catedrática cuya refrescante apariciencia orilla a quienes la observan a creer que se trata de una estudiante más.
Cuestiona el hecho de que se le dé preferencia a “gente de afuera, de Quito, que ya tiene su espacio. Yo soy quiteña, pero después de siete años aquí (Guayaquil) he podido darme cuenta del abrumador centralismo que existe”.

Las élites lo quieren todo
A juicio de María Fernanda, existen élites, grupos específicos, circuitos de creadores que son muy cerrados.
“Ya tienen los museos, los municipios, ahora vienen a la academia; hay que determinar espacios para todos, para todas las estéticas”.
Destaca que “el arte conceptual está perfecto, el contemporáneo está muy bien, la música de cámara, la académica, el pop, pero existe el punk, el hip hop, el rap, hay otros sonidos, hay otras visualidades que están coexistiendo y no tienen el mismo respeto”.
“Siempre en la academia estamos trayendo gente de afuera para la charla, la conferencia, la ponencia, gente consagrada, que ya tiene un espacio y ¿para qué más? Es la pregunta que como curadora me hago”.
Por eso -manifiesta- prefiere trabajar con gente, si es posible, que no sean ni de Quito, ni de Guayaquil, ni de Cuenca, sino de otras ciudades, de otras provincias, y, si se puede, que no superen los 25 años.
“Aquí la gente está acostumbrada a que los museos nacionales estén intervenidos por personas de 40, 50, 60 años; a que a las bienales vaya gente de una mediana a larga trayectoria, totalmente apadrinada o con una formación, pero ¿qué pasa con los artistas emergentes?”.
“La juventud no es necesariamente sinónimo de talento, pero la vejez tampoco (sonríe)”.
Como catedrática y curadora cree en el poder creador de los jóvenes, incluso comenta que tuvo la oportunidad de trabajar con Jordy Márquez, un joven de 18 años, de origen machaleño; con artistas de Cuenca de 18, 19, 21 años, muy talentosos y muy jóvenes.
“Es el momento de ceder espacios a las nuevas generaciones”, remarca.
La clase y la raza
Sobre por qué ciertos grupos, según ella, se han tomado los espacios culturales, resalta que es un tema de clase, de raza, hay que decirlo.
“La mayoría de gente que se ha enquistado en esos espacios como los museos se reconoce como blanca, mestiza por si acaso. Muchos ni siquiera tienen un tema académico, uno creería que tienen un doctorado, pero no”.
“Siempre son las mismas élites, la misma burguesía”, remarca.
“Estamos frente a estas personas que por su color de piel o por su lugar de origen tienen cierto privilegio, por el lugar donde estudiaron, porque en este país no es lo mismo estudiar en México un doctorado que hacerlo en Francia”.
Resalta que no hay doctorados de primer grado o de segundo grado, “un doctorado es oneroso y en América Latina todos estudiamos cinco años. La cultura tiene que ser diversa, tiene que generar estos diálogos que pocas veces se ven”.
Lo urbano y popular también es arte

Argumenta que, por su especialidad en el arte de la calle, ha tenido la oportunidad de viajar a Alemania, Inglaterra, Holanda, Francia, España.
“Ahora estuve en Portugal y ahí no hay esta distinción de lo contemporáneo, lo urbano, el arte es el arte…”.
Cuenta sorprendida que cuando estuvo en España vio la exposición El origen del graffiti, en el Museo Antropológico de Madrid, “¿cuándo vamos a ver aquí, en el Museo Nacional, una exposición de graffiti? Nunca”.
Destaca que un verdadero aliado de la cultura urbana ha sido el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC), no solo en Guayaquil sino en el país.
“Hemos hecho la mayoría de nuestras exposiciones allí; más que abrirnos las puertas es un derecho constitucional que tenemos”.
Frecuencia urbana
Comenta que junto con sus alumnos de Arte Urbano crearon el programa radial Frecuencia urbana, del cual terminaron de grabar, el 9 de agosto, nueve episodios.
“Tenemos un circuito, nuestros propios teóricos, curadores, referentes, artistas, entonces eso es básicamente como otro espacio. Si bien quizás somos invisibles para el arte contemporáneo, ellos también son invisibles para nosotros”.
“A mí no me interesa el tema de ciertos espacios legitimados. O sea, un salón, me parece hasta aburrido”, expresa.
Por eso, López ha ido en búsqueda de esos espacios y los ha encontrado.
“Yo prefiero ver qué está haciendo la gente en la calle, qué pega, qué quita, qué pone, qué pinta. Antes sí había una necesidad y no de legitimar espacios, sino de pertenencia que es distinto; un día tiene que darse”.
Se confiesa poco optimista, pues cree que eso pasará dentro de cinco o diez años.