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Andrés Crespo: “Sin bagre no hay nada”

Ilustración: Manuel Cabrera

Andrés Crespo, podría decirse, ha buceado en el Guayaquil profundo y tal vez esa sea la razón por la cual a él le resulta fácil convertirse en un camaleón que se mimetiza con el arquetipo del guayaquileño bagrero.     

Revista Digital Bagre lo entrevistó para regocer sus percepciones sobre la palabra bagre:

Andrés, ¿qué sientes cuando escuchas la palabra bagre? ¿Qué te evoca?  

—Mmm… Caldo de bagre, pescado de río —esboza una sonrisa—. Tiene otras connotaciones, ¿no? La gente la usaba (la palabra) para decir que algo era feo —entona la voz como guayaquileño de barrio peligroso e imita su dicción—: “Eshhe man es un bagre. Una bagresffh. ¡Nos traes unos bagresffh acá!”.  Así dicen, ¿no? Pero yo nunca lo usé porque mi familia era progresista y delicada, entonces nunca entré en esa jugada.  

—¿Te gusta el caldo de bagre?  

—No recuerdo haberlo probado, pero a mí no necesariamente me gustan los pescados de río; la trucha sí, más o menos; la tilapia, un chance, pero bueno. El salmón es de agua dulce también, ¿no? Y el salmón es uno de mis pescados favoritos. No he comido caldo de bagre, aunque dicen que es bueno para el espíritu —silencio. Calla por tres segundos—. ¿Sabes qué? No hay en todos lados, no es un plato popularizado, como pasa con miles de otros platos en Ecuador. No es que tú vayas a almorzar y encuentres caldo de bagre en los restaurantes. 

—No es gourmet…  

—Claro, pero tampoco popular. Habría que ver por qué. 

—¿Qué es lo más bagre que has vivido? 

—¡Shuuu! —emite una onomatopeya local, como si se sintiera abrumado por la pregunta—. No sabría elegir. La vida tiene un constante bagrismo acompañándola todo el tiempo, entonces no sabría especificar, pero sin resquicio de duda, la pandemia ha sido bagre. Como todo lo bagre, es parte de la vida. Sin bagre no hay nada.