Tendencias

El algodón de azúcar nació en Italia

Revista Bagre. Algodón de azúcar.
No hay niño que se resista al algodón de azúcar, de ahí que la apetecida golosina sea vendida incluso en los semáforos. Fotografía: Revista Bagre.

“Mami cómprame un algodón de azúcar”, dice una criatura de unos ochos años que se acerca a Máryuri Chong, vendedora de algodón de azúcar.

Las abejas, que han encontrado allí el néctar que las nutre, revolotean en medio de ambas, pero ninguna de las dos se inmuta.

El algodón de azúcar es un invento italiano que data del año 1400. Su preparación era rústica porque se hacía manualmente.


Se formaba cuando preparaban el jarabe de azúcar que luego servía para decorar los dulces, pero no tenía la textura que le es tan característica ahora.

Pocas personas en realidad pudieron degustar esta golosina por su alto costo.

Ya en 1897, dos empresarios estadounidenses —William Morrison (dentista) y John C. Wharton— fabricaron la primera máquina industrial, que presentaron tres años después en la Exposición Universal de París.

La niña observa atenta y ensancha la comisura de sus labios.

Luego toma su acolchonada varita, le da un mordisco y la magia se traslada a su paladar.

Revista Bagre. Algodón de azúcar.
El equipo para elaborar algodón de azúcar mide verticalmente un metro. Está compuesto por una burbuja, una paila y una máquina centrífuga. Fotografía: Revista Bagre.

Su preparación 

Esta nube rosada de 220 calorías que se derrite al contacto con la saliva es una oda al caramelo.

Sus ingredientes lo delatan: azúcar, colorante y más azúcar, de ahí que seduzca a las abejas. 

La máquina es un armatoste que mide verticalmente un metro, compuesto por una burbuja, una paila y una máquina centrífuga. 

El artefacto, una Whirlwind fabricada en Cincinati con un voltímetro y una perilla que controla el calor, tiene un reservorio con huequitos en donde se coloca un vaso pequeño con azúcar y colorante rosado. 

Revista Bagre. Algodón de azúcar.
Los niños no solo quieren degustar el algodón de azúcar sino también ver su proceso de elaboración. Hace dos semanas Máryuri se lastimó un dedo al detener la caída de un niño que, en su afán por observar cómo se gesta la golosina, se encaramó en el artefacto. Fotografía: Revista Bagre.

La magia de Máryuri

El algodón es mágico y Máryuri lo sabe, de ahí que presencie casi a diario la misma escena: niños pequeñitos, que aún no hablan, farfullando y señalando a sus padres la golosina.

También ha sido testigo de la extorsión a la que recurren los pequeños —pataleo imparable— para que sus padres les compren esos hilos saborizados que fascinan a los niños.

El algodón de azúcar, con todo y sus calorías encima, encandila el paladar de los niños y pellizca la memoria de los adultos.