Soy María de Lourdes Jaramillo. Nací en Quito; fui la única mujer que figuró entre los fundadores de la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador en 1956. Durante treinta y ocho años me mantuve como su primer violín.
Estudié violín desde los siete años y fui una de las pocas mujeres que logró ingresar al Conservatorio Nacional de Música, donde fundé la primera orquesta femenina del país. Durante la primera mitad del siglo XX, una orquesta compuesta solo por mujeres, era considerado por la sociedad como una provocación.
En varias ocasiones tuve que poner a flote mi fortaleza interior. Una mujer violinista no era lo más común en aquella época. Por ejemplo, cuando llegué a una iglesia para acompañar con mi instrumento al coro, un sacerdote me ordenó que abandone el lugar:
—¿Una mujer tocando violín? ¿Dónde se ha visto semejante disparate? El lugar de las mujeres es la casa y la cocina, ¡fuera de aquí!

Para cuando concluí mis estudios en el Conservatorio Nacional de Música, ya había obtenido varios premios de solista por lo que fui becada por la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Esto me abrió las puertas para fundar el Sindicato de Artistas Músicos. Este sindicato fue la puerta de entrada para la creación de la Orquesta Sinfónica Nacional, integrada por cuarenta y dos artistas. Me destaqué como una de sus fundadoras y más tarde integré a dos de mis compañeras de conservatorio. Todo un logro en aquella época, donde las mujeres éramos relegadas a la vida privada o papeles secundarios.
Durante los treinta y cuatro años que integré la Sinfónica, solo tuve una mujer como directora, Carmen Mora. Su papel fue muy importante y también colaboró a romper moldes en el mundo de la música, espacio reservado para los hombres. Nuestra participación estuvo rodeada de polémicas y rechazo. Solo por el hecho de que no era habitual que las mujeres estemos en estos espacios y además, nos destaquemos.
Sin embargo, al momento de mi jubilación mi pensión llegó, con las justas, a 25 dólares mensuales. Me vi obligada a impartir clases particulares para completar mis gastos de manutención.
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Mi deseo es que las niñas construyan sueños que les permitan alejarse de destinos preconcebidos y limitantes. Estoy convencida de que es posible romper esquemas y crear espacios para que las futuras generaciones, a través de la música, transiten por caminos alejados de posiciones extremas. Es necesario cantar más, amar la magia que encierra la música. Así se contribuye a cimentar un mundo de paz, donde el que piensa distinto no sea visto como un enemigo irreconciliable.