Superheroínas

Juana Miranda, la mujer que revolucionó la salubridad

Ilustración: Natalia Álvarez. Dirección: Doménica Ortiz

Soy Juana Miranda, fundadora y directora de la primera maternidad que se inauguró en Quito; además de la primera profesora universitaria de Ecuador. Nací en la capital ecuatoriana en el año de 1842.

Mi legado es casi desconocido. Pero eso no es una excepción, sino más bien la regla: la historia invisibiliza a las mujeres como yo, sus logros y contribución al progreso y desarrollo.

Deseo que más mujeres cumplan sus sueños, pese a situaciones adversas y las limitaciones que nos impone la sociedad. 

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Viví en la época en la que  las parturientas eran atendidas exclusivamente por mujeres. Las parteras, provistas de conocimientos  empíricos, llegaban hasta los domicilios. El riesgo de morir durante un parto era alto, tanto para la madre como para el recién nacido. A ello se sumaba la insalubridad que reinaba en Quito, una ciudad sin agua potable, ni alcantarillado y por tanto, llena de bacterias. Es decir, no existían las condiciones sanitarias ni el conocimiento científico para realizar una atención hospitalaria de calidad.

Quito no contaba con una maternidad. El hospital San Juan de Dios fue concebido para atender, de forma denigrante, a los vulnerables. Por su parte, el San Lázaro, hospicio y casa de reposo mental, a la vez, acogía a hijos “ilegítimos” y  mujeres “trastornadas” o de “dudosa reputación”. En aquella época, la salud mental no era concebida como tal, sino que solía utilizarse como un estigma para deshacerse, en lugares como este hospicio, de personas “incómodas”.

Fui testigo de estos sucesos y no podía mantenerme indiferente: mis padres me enseñaron a tratar de forma equitativa a todos los seres humanos, sin importar su condición social o económica. Por eso, cuando fui nombrada abadesa del San Juan de Dios —ejercí este cargo por 11 años— traté de forma humanitaria y respetuosa a los presos enfermos que ingresaban.​ Esto no debería mencionarse siquiera. Pero en una sociedad pacata y tan acostumbrada a la exclusión y el estigma, era visto como algo excepcional, por algunos, y criticado por otros.

También acompañé al ejército ecuatoriano en la guerra que enfrentó al país con Colombia, pese a que, en aquellos años, las mujeres seguíamos manteniendo las mismas condiciones de la Colonia: nuestros destinos se limitaban al matrimonio o la vida conventual— y teníamos muy pocas opciones para realizar nuestros planes de vida.

Mi caso fue excepcional porque ingresé a la Escuela de Obstetricia donde me gradué como Comadrona. Esta escuela también funcionaba, además, como maternidad. Sin embargo, tras el asesinato del presidente García Moreno fue clausurada. Corría el año de 1875.

Despojada de las funciones que se habían preparado para mí en la escuela/maternidad —iba a convertirme en la directora— me dediqué a la docencia universitaria: gané un concurso para ser profesora de la cátedra de Obstetricia Práctica en la Facultad de Medicina de la Universidad Central, una carrera dirigida de forma exclusiva a mujeres.

En 1899, durante la primera presidencia de Eloy Alfaro, conseguí que se vuelva a abrir una maternidad en la capital de los ecuatorianos. El apoyo estatal fue casi nulo. El funcionamiento de la casa se logró gracias a Juliana Vallejo, una colega comadrona que murió sin dejar herederos. Rafael Rodríguez Zambrano dejó una suma económica en su testamento para equiparla. En honor de ambos, la maternidad se denominó Asilo Vallejo-Rodríguez.

Como un homenaje a mi labor en favor de las mujeres y su derecho a contar con un lugar digno para parir, la Escuela de Obstetricia en la que estudié, lleva mi nombre. Más allá de los homenajes, mi deseo es que las mujeres no sigan muriendo por complicaciones en los partos. Según el Ministerio de Salud de Ecuador, durante el 2020, la tasa de mortalidad materna fue de 3,9 por cada 10.000 partos. Por lo general, quienes pasan por esto, son las mujeres más vulnerables y empobrecidas.