Soy Dolores Sucre. Nací en Guayaquil en 1837. En la época en que viví, no era aceptado por la sociedad, que las niñas tuviéramos acceso a educación formal. Mi madre, una mujer adelantada a su época, me inscribió en una escuela y desde los siete años empecé mi formación académica.
El amor por la escritura y la poesía me acompañaron desde mis primeros años de vida. Sin embargo, las mujeres teníamos constreñido el campo de acción de nuestra escritura y debía ceñirse de forma exclusiva a: lo patriótico, lo religioso, doméstico, educativo (como las educadoras de la familia) y a la moral.
La sociedad puso sobre nuestros hombros la responsabilidad de forjar y fortalecer, desde el hogar, con una vida de abnegación ejemplar, de dedicación a la educación de los hijos, los ideales sobre los que se cimentaría una matriz patriarcal.
Por esto, si decidíamos escribir sobre temáticas que se salieran de estos parámetros, éramos calificadas con los peores epítetos. Escribir de amor o de comportamientos alejados del statu quo, estaba prohibido.
De todas formas tuve la osadía de escribir el siguiente poema:
Consejos a una señorita
Aunque en rato de demencia
diga alguno que haces mal
en la aguja y el dedal
en cifrar toda tu ciencia,
yo te aconsejo en conciencia,
por afecto y por deber,
que seas discreta mujer
y hagas lo que al vulgo agrada
por ver tu dicha colmada
a su mágico poder.
Que asombro al mundo daría
que aspiraran a tu mano
si en sonoro castellano
pues los hombres a porfía
declaran sin corazón
a la que halla inspiración
en la pluma o los pinceles
y le prodigan laureles
a la que apunta un botón.
Te juro que eres tan linda
que si en espléndidas salas
te presentas con las galas
que la juventud te brinda,
nadie habrá que no se rinda
a tu ingenio singular
si –de trajes al hablar-
dices con labio turbado:
”Con mis manos he bordado
mi vestido en mi telar”.
También era usual que nos tacharan de “frívolas” por nuestro apego a la búsqueda de lo bello, por el gusto de escribir sobre las tendencias de la moda. La sociedad de aquella época era incapaz de entender que detrás de estas tendencias, las mujeres buscábamos liberarnos de patrones impuestos. Fueron épocas en las que se nos permitió, por primera vez, usar blusas camiseras y pantalones, prendas pensadas de forma exclusiva para los hombres.
Aunque suene inverosímil, caballeros considerados ilustres y con ideales de libertad, como Juan León Mera, se manifestaban en estos términos sobre nosotras:
Juan León Mera
“Lo que quisiéramos es que vayan alternando los sabrosos manjares, las costuras, el canto, el piano y el baile, con los partos del talento, con los destellos del alma que colocan a la mujer al nivel del hombre, y aún superior, si atendemos a la delicadeza y gracia que sabe comunicar al amor y a otros afectos íntimos naturales en ella”
Sobre mi trabajo literario, en particular, Mera se expresó así:
“Muy bello es este soneto y todo él demuestra la delicadeza de afectos de la autora, y que tiene bien desarrollados los órganos de la armonía. Hemos visto otros versos de la misma guayaquileña, algo inferiores a los que acabamos de ver, pero siempre brotes del buen talento que nos complacemos en confesar y encomiar”
El soneto al que se refiere es el siguiente:
Si alguna vez tu corazón presiente,
Melancólica virgen de estas playas,
Que Dios no quiere que tu caro Guayas
A retratarte vuelva en su corriente;
Si cuando gimas de tu Patria ausente
Y sola y triste por el mundo vayas,
Nuevos cantares de dolor ensayas
Y doblas mustia la abatida frente;
Si el mundo entonces te parece yermo
Y a lo pasado vuelves la memoria,
Y tiemblas al pensar en el mañana…
Por dar alivio al corazón enfermo
Recuerda, amiga, mi doliente historia…
No olvides que el dolor me hizo tu hermana.
Pese a las vicisitudes que tuvimos que enfrentar las mujeres escritoras, encontramos una forma de comunicarnos: el intercambio epistolar secreto. Así, con mi amiga Zoila Ugarte de Landívar, mantuve un va y viene de misivas.
Esta era nuestra forma de compartir ideas y de crear acciones y decisiones que impulsen nuevas formas de pensamiento y sacarlos a la luz, justo en el momento en que nuestros detractores pensaban que estábamos más ausentes y dormidas.
* Me niego a creer que, en pleno siglo XXI, se siga condicionando e imponiendo a las mujeres el contenido de sus escritos. Por eso es necesario que las mujeres escribamos y escribamos. Sin miedos y sin cortapisas. Hoy más que nunca.
*Alicia Galarraga, autora.