Mi abuelo, mi regalo

bagreando
Ilustración: Natalia Álvarez. Dirección: Manuel Cabrera

Para mí los regalos sí son importantes. Me parece que dejan apreciar una parte del otro. Y de uno mismo.

El que me acostumbró a los regalos fue mi abuelo. 

Recuerdo sus detalles con mi madre en su cumpleaños o en su día: eran flores y chocolates. Para mi abuela preparaba un asado en el día de su onomástico. 

En Navidad los obsequios eran para todos, perfectamente envueltos en el papel justo para la ocasión y cada uno tenía una tarjeta personalizada que elaboraban sus colaboradoras, porque a él ya le temblaba la mano.

…No era necesaria una fecha especial. Mi abuelo siempre tenía detalles, obsequios, palabras, consejos, refranes en el momento justo, besos y abrazos.

Cuando yo era niña y me enfermaba, monstruos enormes y de mil cabezas me atacaban durante las noches de pesadillas febriles. En medio de ellos, lo veía sentado en el filo de mi cama, poniéndome paños de agua tibia, calmando mis temores con sus palabras y tiernas caricias.

Mi madre, a veces se molestaba con sus detalles. Así somos los seres humanos, un pozo infinito de incongruencias. Después que él falleció un día dijo apesadumbrada:

—Cuando yo estaba más ocupada venía a mi oficina a interrumpirme con un café. En ocasiones, lo recibía de forma hosca. Ahora entiendo el valor de sus finezas. 

No sé si yo supe valorar su entrega y dulzura. O si fui recíproca.

Antes de su fallecimiento, pensé que teníamos todo el tiempo por delante y que “siempre” podríamos compartir. Pero siempre no existe.

…Una mañana mi abuelo amaneció sin vida. Un paro cardíaco lo fulminó.

Me quedan sus obsequios: fragmentos de su sonrisa.

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