Bagreando

¿Quieres ser mi mejor amiga?

Ilustración: Aliatna.

—Mami, ¡desde hoy tengo una nueva mejor amiga!—Me contó mi hija pequeña, mientras dibujaba una gran sonrisa en su carita.

—¡Oh, qué chévere, cuéntame!—le contesté bastante interesada.

—Ella y yo tenemos muchas cosas en común, de eso nos dimos cuenta después de hablar en el recreo. Compartimos el lunch y además ¡nos lanzamos juntas de la tarabita! Luego me preguntó: “¿quieres ser mi mejor amiga?”. Le respondí que sí. Entonces nos abrazamos y nos dijimos:

—¡Mejores amigas por siempre!

La escuché embelesada. Reflexioné para mis adentros sobre la facilidad que tienen los niños para entablar relaciones de amistad entre ellos. Y no pude evitar recordar a mi mejor amiga. 

La conocí en el colegio. Compartíamos con más chicas en un grupo. En aquella época no éramos mejores amigas. Solo amigas. Después de graduarnos del bachillerato, las dos seguimos frecuentándonos. En varias ocasiones me dijo: 

—¡No sé por qué no nos dimos cuenta, antes, que tenemos tantas cosas en común!

Las cosas en común eran, por ejemplo, la afición por el deporte. Nos dábamos tres vueltas a La Carolina a paso de tortuga a las seis de la mañana. Terminábamos agotadas por el esfuerzo

Para recuperar energías solíamos instalarnos en un kiosko del mismo parque, donde engullíamos bolón de verde acompañado de café de sobre. 

Nunca faltó el segundo café, era un ritual tomarlo mientras compartíamos un Marlboro blanco. Uno para las dos. Así espantábamos el cargo de conciencia que nos provocaba haber comido bolón después de sacarnos el aire haciendo ejercicio.  

A las dos nos encanta la música de Juan Gabriel. Juntas asistimos a sus conciertos y cantamos a dúo todas y cada una de sus canciones. El día que el artista falleció, mi mejor amiga me escribió por Whatsapp: 

—¿Te acuerdas de nuestra época de Juan Gabriel? 

No pude evitar sentir nostalgia. Una nostalgia que se agolpó en mi corazón, subió por la garganta y me llenó de tristeza y pesar.  

Pastel de cumpleaños 

Mi mejor amiga se fue a vivir a Miami hace como quince años. Cuando todavía vivía en Ecuador le prometí: 

—Siempre que sea tu cumpleaños, ¡te voy a traer un pastel!

En aquel entonces yo no sabía que “siempre” y “nunca” se pueden diluir en el tiempo, las circunstancias y los vaivenes de la vida.

Unos meses antes de su próxima celebración le dije: 

—¡Ya mismo llega tu cumple! ¿Qué sabor de pastel deseas?

—La empresa le dio el cambio a mi esposo a Miami… ya no estaré aquí para esas fechas.

Las lágrimas se agolparon en mis ojos, se pusieron rojos y me comenzaron a picar. Lloré. Lloramos. Nos abrazamos en silencio. 

Han pasado los años. Todavía hablamos por teléfono. Lo que más me gusta de platicar con mi mejor amiga es que no tengo que entrar en detalles ni largas explicaciones para darle contexto a nuestras charlas. 

Nos conocemos hace tanto, que es como seguir una conversación que se quedó en pausa.  

Y cuando llega mi cumpleaños, muy en la mañanita, el primer mensaje de felicitación que recibo es el de mi mejor amiga…