¿Puedo ser madre?

Ilustración Madre
"Cuando la miro a los ojos siento que es tan vulnerable como yo". Ilustración: Manuel Cabrera.
¿Qué implica ser madre adoptiva en Estados Unidos, donde conviven millones de latinoamericanos que a pesar de hablar el mismo idioma, tienen grandes diferencias culturales?

Cada vez que quiero escribir sobre lo que significa ser madre siento que mis pompis se aprietan. Mi ser no se siente identificado con lo que se exhibe en las redes sociales o en blogs sobre maternidad: videos ultra dulces de bebés que ríen a carcajadas y provocan la alegría de quienes los admiran. Esta es la narrativa común y previsiva en los medios, que hace del ser madre un molde que puede llevar a gritar por dentro: ¡auxilio!

Ninguna de esas experiencias son mías ni reflejan mi realidad ni la manera intuitiva en la que manejo mi relación con mi hija adoptiva, quien vive conmigo desde hace casi tres años. Su corta vida, antes que nos encontráramos, la pasó levantándose muy temprano y asistiendo esporádicamente a una escuela rural en alguna montaña de uno de los países más peligrosos del mundo para nacer mujer: Honduras. 

En su nuevo hogar, casi todas son experiencias nuevas. Desde cocinar en una moderna cocina eléctrica y guardar la comida en la nevera para recalentarla al día siguiente, hasta hacer de lado de vez en cuando sus amadas tortillas, que hoy las compra en el supermercado ya listas para calentar, sin que tenga que moler el maíz, moldearlas a la perfección en forma redonda y ponerlas en un comal.  Aún recuerdo cuando ella llegó a casa y con mucho recelo preguntó si de casualidad podíamos hacer tortillas y frijoles para la cena.

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Las costumbres de una familia formada con hábitos y cultura diferentes nos obligó a adaptarnos y comer tacos de carne asada con fritada y mote. También fue el motor para que encontremos un restaurante hondureño que sirve empanadas argentinas (para complacer a mi esposo uruguayo), pupusas y baleadas; el dueño es argentino y está casado con una señora de Honduras.

Que mi hija dejara a su familia natal en Honduras y ganara otra en Estados Unidos con costumbres muy diferentes a las suyas, a pesar de compartir el mismo idioma, hizo de nuestra relación un reto, una aventura y , por supuesto, la continua construcción de un vínculo que todos seguimos trabajado. Al inicio tuvimos dificultades para entendernos, pues cada quien tenía frases diferentes para  expresar algo: ella decía “menéese para acá”, nosotros “venga para acá”; ella, “ahorita”, nosotros “más tarde”; ella “prontos para salir”, “regale un pite de eso”…Bueno, ustedes me entienden, la adaptación se sigue dando y conforme pasa el tiempo seguimos conociéndonos.

Ahora ya es una adolescente y la señorita tiene novio. Como padres, mi esposo y yo hacemos lo posible para que sea feliz, para que si hubiese una ruptura amorosa no sea tan dura. Al final encuentro que lo más hermoso y más real de convertirse en madre es ayudar a la otra persona a que viva su vida de la manera más auténtica posible. Me gustaría decirle al oído que evite caer en los errores que yo cometí cuando estaba aprendiendo a vivir. Trato de no repetir las frases de mis padres (ellos hicieron lo mejor que pudieron, por supuesto) y más bien intento encontrar en mi hija similitudes conmigo misma: al fin y al cabo las dos somos inmigrantes y llegamos a Estados Unidos para realizar nuestros sueños. Y triunfar. Trato de asomarme sigilosamente a su mundo e intento entender sus debilidades y sus miedos. 

Quiero que ambicione el conocimiento y descubra su capacidad de aprender, equivocarse y corregir. El próximo año ella estará en undécimo grado y tiene que elegir en su escuela asignaturas importantes que pueden definir su vida futura. A veces tengo miedo de ser muy exigente y enfocarme demasiado en la parte académica. Esta relación no ha sido fácil. En ocasiones, ser la mala de la película, me ha costado algunas noches sin dormir y reconciliaciones con sundaes de chocolate de McDonalds.

En Centroamérica, en especial en Nicaragua, Honduras y Guatemala, los hijos deciden si quieren estudiar. La inmensa mayoría habita en zonas deprimidas y deja los estudios para trabajar y convertirse en el soporte económico de sus familias. La falta de guía y opciones conduce a muchos de ellos a abandonar su país o unirse a los maras.

Las medias hermanas de mi nena, algunas menores que ella, ya son madres e incluso viven con hombres mayores. ¿Qué futuro espera a estas niñas?

Siento que tengo una gran responsabilidad y pretendo llenar el vacío que ella tuvo durante el tiempo que no estuvo a mi lado. ¿Será que puedo ser una buena madre? Yo, como ser humano, también me puedo quebrar en cualquier momento. Pero creo que ella me escucha, me admira y que nos amamos. Cuando la miro a los ojos puedo confirmar que ella también sabe de mis vulnerabilidades y mira cómo me vuelvo a levantar y continúo luchando. 

Los seres humanos nos quebramos, pero no de forma permanente. Porque siempre podemos volver al origen y juntarnos como un rompecabezas.

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Sobre la ilustración que acompaña esta nota:

Ilustración: Manuel Cabrera elaborada a partir del óleo «Madre y niño» o «El abrazo»; autor: Oswaldo Guayasamín; localización: Fundación Guayasamín, Quito, Ecuador.

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