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Guápulo: El incendio produjo daños incalculables a los ecosistemas

Ilustración: Equipo Bagre
Los cinco focos simultáneos que produjeron el incendio de Guápulo causaron daños incalculables a los ecosistemas de 146 hectáreas de vegetación seca en Quito. ¿Cuándo entenderemos que la responsabilidad de cuidar la naturaleza es una tarea compartida, de la cual depende nuestro futuro y el de nuestros hijos?
Autor: Redacción Bagre
Quito - 30 Sep 2024

En el último incendio de proporciones que se produjo en Quito, en el sector de Guápulo, se consumieron 146 hectáreas de vegetación seca. Una persona necesita diariamente el oxígeno de 22 árboles. ¿Estamos conscientes del daño que produjo este flagelo, no solo a nuestra calidad de vida, sino a los ecosistemas? ¿Cuánto tiempo tardarán en recuperarse?

El 24 de septiembre de 2024, a las 13:30, el cielo de Quito se cubrió de humo y cenizas.

Un incendio forestal de grandes proporciones se desató en la quebrada que da ingreso a Guápulo, extendiéndose a gran velocidad por los barrios aledaños: Perla Quiteña, El Cebollar de Cumbayá, y partes del icónico Parque Metropolitano Guanguiltagua. La amenaza avanzó sin freno hasta alcanzar la Av. Simón Bolívar, con el imponente Cerro Auqui como testigo silencioso de la devastación.

Bagre tuvo acceso a información que hace pensar (a quien nos la proporcionó) que este flagelo fue provocado: fueron cinco los focos que se abrieron de manera simultánea. ¿Con qué finalidad? Anular la capacidad de respuesta, deduce nuestra fuente. 

El rugir del fuego puso en alerta a los habitantes de los barrios cercanos, quienes veían cómo sus hogares, parques y terrenos, que habían sido parte de su cotidianidad, eran consumidos por las llamas. 

146 hectáreas de vegetación seca, arbolada y matorrales fueron arrasadas (nuestra fuente calcula que estos bosques tenían una antigüedad de mínimo cincuenta años), y mientras el fuego avanzaba, las vidas de cientos de familias cambiaron para siempre. 

Siete viviendas resultaron afectadas y seis quedaron completamente destruidas. En medio de la tragedia, el sonido de sirenas y el sobrevuelo de helicópteros anunciaba que los bomberos y equipos de emergencia estaban luchando para contener el desastre.

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La mañana del 26 de septiembre, los equipos del Cuerpo de Bomberos de Quito ya tenían casi liquidado los “cinco focos que se abrieron de manera simultánea”. Divididos en cinco cuadrantes clave, monitoreaban cada rincón afectado: desde el Parque de Guápulo hasta los lados oriental y occidental del Cerro Auqui. 

Con la ayuda de drones y tecnología termográfica, localizaban las zonas más críticas, planeando las siguientes maniobras de sofocación. Según nuestra fuente, estas labores le costaron al país unos 250.000 dólares, recursos que pudieron invertirse, señala, en labores de prevención y concientización. 

El panorama era devastador: 71 personas afectadas, entre ellas 13 heridas, 15 familias que lo perdieron todo y 107 que tuvieron que ser evacuadas por seguridad. 

El COE Cantonal, en sesión permanente desde el inicio del evento, declaró la emergencia en el Distrito Metropolitano, movilizando a brigadas de bomberos de cantones cercanos como Rumiñahui, Mejía y Santo Domingo, quienes se sumaron a la titánica tarea de sofocar el fuego.

En los cielos, los helicópteros ARGUS y ARGUS 1, junto con el Fénix de la Policía Nacional y el ARPIA-1 y 2 de las Fuerzas Armadas, sobrevolaban el área, descargando miles de litros de agua sobre las voraces llamas. 

Mientras tanto, en tierra, las brigadas médicas atendían a los afectados, curando heridas físicas, pero también brindando apoyo psicológico a aquellos que vieron sus vidas reducirse a cenizas. Según nuestra fuente, los afectados tendrán acceso a un bono. ¿Por cuánto tiempo? ¿Será suficiente para rehacer sus vidas? Quienes perdieron todo en este incendio provocado, ¿contarán con apoyo estatal que les brinde nuevas viviendas?

Las familias que fueron evacuadas encontraron refugio temporal por labores de la Cruz Roja y el GAD Cantonal. Por su parte, brigadistas y veterinarios atendiendo a  43 animales afectados. 

Sin  embargo, nuestra fuente recalca que es necesario una política púbica que permita a las víctimas tener acceso a una vivienda y condiciones que garanticen continuidad en sus proyectos de vida. 

Según información oficial, las autoridades locales, junto con el Ministerio de Vivienda y el Ministerio de Transporte y Obras Públicas, comenzaron a evaluar los daños estructurales y las necesidades urgentes de reconstrucción. Por lo tanto, será necesario hacer seguimiento a estos ofrecimientos. 

Por incendios como el del Guápulo, los últimos cinco años han sido los más devastadores para los bosques de Ecuador

En los últimos cinco años, Ecuador ha perdido aproximadamente 113,780 hectáreas de bosques debido a incendios forestales. Solo en 2024, hasta el mes de septiembre, más de 38,000 hectáreas de cobertura vegetal ya habían sido afectadas.

La provincia de Pichincha ha sido una de las más damnificadas por los incendios, debido a la vulnerabilidad de sus ecosistemas secos interandinos. 

En 2023 y 2024, incendios devastadores como el ocurrido en Quilanga, en la provincia de Loja, arrasaron más de 7,600 hectáreas, siendo uno de los mayores incendios registrados en los últimos años​.

Nuestra fuente destaca que las pérdidas materiales son solo una parte del problema. Las afectaciones a los ecosistemas son incalculables. Animales endémicos, como conejos, zarigüeyas y serpientes, perecieron en las llamas, y nidos de aves fueron calcinados. Árboles que habían sido parte del hábitat natural de esta región, durante décadas, se consumieron en cuestión de segundos. 

Pero el daño va más allá de lo visible: el suelo de estas áreas albergaba microorganismos esenciales para mantener el equilibrio entre la flora autóctona y las capas subterráneas. Con el incendio, estos microorganismos simplemente desaparecieron, y su recuperación podría tardar al menos cinco años. Eso, por supuesto, siempre que la reforestación se realice respetando el ecosistema original y evitando la introducción de agentes externos o especies no nativas, subraya nuestra fuente.

Urgen campañas de prevención y concientización para evitar incendios como el de Guápulo

Según la organización “Bosques sin fronteras”, una persona necesita cada día entre 7.200 y 8.600 litros de oxígeno. Esto equivale al oxígeno que producen 22 árboles. 

Por lo tanto, es incomprensible que se hayan provocado incendios que afectan de manera directa la calidad del aire en Quito.  

Nuestra fuente hace hincapié en la  urgencia de  concienciar a la población sobre la importancia de cuidar nuestros bosques. 

Los incendios forestales no son casualidad. Ni catástrofe natural. Ni azar. Son el resultado de una cadena de descuidos humanos, negligencias compartidas y políticas ineficientes. 

Vemos cómo nuestros bosques arden cada año, devastando miles de hectáreas, destruyendo ecosistemas que se formaron en décadas, en cuestión de segundos. Y lo más doloroso es nuestra indiferencia.

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La educación y concienciación sobre no prender fuego a nuestros bosques es una tarea pendiente. Las campañas educativas son necesarias, urgentes. 

Mientras tanto sigue el eterno debate: políticas y regulaciones. Es fácil decir que necesitamos leyes más estrictas. Pero el papel no apaga incendios. Hace falta algo más que una sanción para cambiar conductas. Las leyes que prohíben quemas agrícolas en épocas de alto riesgo son solo tan efectivas como su cumplimiento. Y el cumplimiento, en este país, es un eco lejano. Hacemos normas, pero no las habitamos. Creemos que una multa será suficiente para que la gente deje de prender fuego a su propio entorno. La realidad, triste y aplastante, es que no lo es.

La biodiversidad desaparece. Los pulmones del planeta se vuelven humo, y con ellos, nuestra propia salud se deteriora. No es solo el bosque el que se quema. Somos nosotros, nuestro aire, nuestra calidad de vida. Los problemas respiratorios, las afecciones crónicas que causa el humo, se multiplican. Pero seguimos creyendo que los incendios son una realidad lejana, hasta que los vemos enrarecer el aire de nuestra ciudad.

Podemos hablar de drones, de sistemas de alerta temprana, de tecnología y manejo de áreas protegidas, pero al final, nada de eso sirve si no cambiamos la mentalidad. Si no entendemos que cada uno de nosotros es responsable. Que cada fogata, cada cigarrillo, cada pequeña chispa puede ser la que lo destruya todo.

Si seguimos esperando que otros actúen por nosotros, si seguimos pensando que alguien más se hará cargo, el futuro que nos espera es desalentador.

Hoy es el momento de cuidar nuestros bosques, su inmensa y vulnerable diversidad. Mañana será tarde. 

Para leer más textos como “Guápulo: los daños a los ecosistemas producidos por los incendios son incalculables”, ingresa a la categoría Opinión de Bagre, la revista digital de Ecuador.

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