Opinión

El halcón que no volverá a volar

Ilustración: Manuel Cabrera

A mediados del 2018, cuando el Jardín Alado, en Quito, tenía pocos meses de su apertura llevaron un halcón peregrino macho que había perdido la capacidad de volar. 

Los halcones se distinguen por volar a gran altura, desde donde se dejan caer en picada alcanzando gran velocidad. Durante esta caída cazan otras aves en vuelo, golpeándolas con la ayuda de su pico y sus garras. 

El halcón peregrino, en particular, alcanza una velocidad de alrededor de 300 kilómetros por hora en picada, razón por la que se ha hecho acreedor del título del animal más rápido del mundo.

Pero, por desgracia, esta misma velocidad los vuelve vulnerables frente a impactos contra los diferentes obstáculos que puedan encontrar durante la caída. 

Este fue el desafortunado caso del halcón juvenil que llegó al Jardín Alado hace cuatro años.

Tenía amputada la mitad de su ala derecha, convirtiéndose así en un caso irrecuperable.

El halcón, que desde aquel día fue bautizado como Loki, se golpeó con un cable de alumbrado público mientras estaba de caza.

Esta clase de cables son invisibles a los ojos de los halcones cuando alcanzan gran velocidad. 

Loki tuvo la suerte de ser impactado en su ala y no en otra zona de su cuerpo, donde el golpe hubiera sido mortal.

A 300 kilómetros por hora, un cable tensado se comporta como una cuchilla para estos animales.

Los halcones peregrinos son algunas de las aves más afectadas por la expansión de la civilización humana y sufren constantemente accidentes como el de Loki, debido a que esta especie se encuentra en casi todos los rincones del mundo.

De aquí su nombre, sinónimo de viajero o vagabundo.

El Falco peregrinus es un ave del orden falconiforme perteneciente a la familia falconidae, caracterizado por su gran tamaño dentro del grupo de los halcones, que alcanzan los 35 y 50 centímetros de longitud aproximadamente. 

Su espalda tiene un color gris azulado, mientras que el frente e interior de sus alas es blanquecino con manchas oscuras, además presenta amplias y notorias bigoteras de color negro al igual que su cabeza. 

Cuando en el Jardín Alado empezaron a trabajar con Loki, el halcón era incapaz de realizar saltos o caminatas que le permitieran obtener sus alimentos. El trabajo con el halcón fue a diario durante dos meses, hasta que se empezaron a observar progresos en sus movimientos.

Una vez que Loki logró recuperar la movilidad del resto de su cuerpo, el trabajo siguió con ejercicios de caza, utilizando un señuelo con forma de ave que le permitiera experimentar la sensación de obtener su comida de la manera en que lo haría en su hábitat natural. 

Estos ejercicios son importantes considerando que Loki es un halcón peregrino salvaje y su instinto de caza también debe ser ejercitado para asegurar su salud psicológica, además de la física.

En otras circunstancias, era muy probable que el destino de Loki, el halcón sin la mitad de su ala, hubiera sido la eutanasia o una vida dentro de una jaula, que significaría alrededor de quince años privado de su libertad.

Hoy, Loki es un halcón adulto de aproximadamente cinco años.

Aunque no puede ser reinsertado a su hábitat natural, goza de calidad de vida en el Jardín Alado, donde se alimenta y realiza ejercicios que le permiten mantenerse saludable.