Derechos humanos

Aprendiendo de una médica feminista

Aborto Virginia Gómez
Ilustración: Juan Fernando Suárez.

Virginia Gómez de la Torre es quizá la cara más visible del feminismo en Ecuador. Ha luchado hombro a hombro desde hace varias décadas con otras mujeres de su generación por la igualdad de género, pero su caballo de batalla ha sido siempre la legalización del aborto. 

Doctora en Medicina y experta en derechos humanos, Virginia es un referente en temas vinculados a los derechos de la mujer, por eso a menudo se ve asediada por grabadoras y micrófonos que difunden sus impresiones sobre cada revés que sufre el feminismo.  

Rotunda en sus respuestas, esta activista de verbo fácil y carisma notable, conversa con Bagre sobre femicidio, patriarcado, aborto, amor romántico y otros temas que atraviesan a las mujeres. 

¿Cómo se honra la sororidad que existe entre muchas mujeres y se desmonta el lugar común “la peor enemiga de la mujer es otra mujer”? 

Hay un desprestigio del feminismo en relación a la sororidad: “Son feministas y entre ellas no se quieren”. Eso no es verdad. Para quienes nos consideramos feministas es sagrado ser solidarias con las mujeres en general y más aún con las compañeras de lucha, pero también eso depende del grado de conciencia de cada mujer porque no todas llegamos al feminismo con las mismas convicciones. La solidaridad es feminista. Si no hay sororidad eso no es feminismo, sino machismo, porque el machismo y el patriarcado han enseñado a las mujeres a pelearnos, les interesa dividirnos, su estrategia es hacer creer que las mujeres somos enemigas. El feminismo por concepto es sinónimo de solidaridad y no solo con las mujeres, sino también con los hombres, porque el feminismo lucha no solo para que las mujeres estén bien, sino para que todos estemos bien. Cuando las mujeres están bien, los hombres están bien y la sociedad está bien. 

Virginia Gómez de la Torre ha luchado por los derechos de la mujer incansablemente. Fotografías: Virginia Gómez de la Torre, Lente Verde e Isabel Hungría.


Cada vez se habla más del síndrome de la impostora —mezcla de autocrítica, de dudas de una misma y miedo al fracaso—. ¿Por qué a las mujeres que ocupan cargos de liderazgo les cuesta interiorizar el propio éxito? 


El concepto me es conocido. Tiene que ver con varias situaciones relacionadas con el ejercicio del poder: es decir cuando una mujer accede a un cargo gerencial, político, de elección popular, de toma de decisiones. Ahora tenemos muchas más herramientas y estamos más empoderadas, pero cuando fui directora provincial de Salud en Pichincha desde el año 1998 hasta el 2000 tenía pavor del cargo por la responsabilidad que implicaba, pero también temía que se dijera que las mujeres no éramos capaces si no lo aceptaba. 

No me fue mal, pero en algunos momentos uno tiene que jugar con las mismas armas que los hombres, al menos simbólicamente, y eso les molesta porque piensan que una va a usurpar un puesto que a ellos les pertenece. 

Fui la primera mujer en ese cargo y trabajé mucho con las trabajadoras sexuales y las trans, pero por esa labor me criticaron los salubristas. Uno de ellos dijo que la Virginia lo único que había hecho en la Dirección Provincial era recibir a putas y a maricones. No me sentí impostora, sin embargo, el peso que uno siente cuando ejerce este tipo de cargos, si uno no está empoderada en sus derechos, es grande.

¿Hay disonancias entre las feministas? 


Sí y no. Hay lideresas jóvenes feministas que conversan mucho con nosotras. El movimiento de mujeres siempre va a ser un movimiento joven. Sí hay tensiones a veces; hay jóvenes que piensan que lo han conseguido todo y que el feminismo empieza porque ellas aparecieron. Marchar ya lo hicimos.

Yo tengo un activismo que para mi modo de ver es importante, sigo trabajando en el tema del aborto desde la Fundación Desafío y la Coalición Nacional de Mujeres.

Hemos trabajado el tema de la anticoncepción de emergencia, el aborto por violación, el aborto en general desde el año 94, y en el año 97 tuvimos el primer servicio de acompañamiento de mujeres que vivían embarazos no deseados. Defendimos el aborto terapéutico en el proceso constituyente en 2008, y en 1998 también estuvimos. Las activistas más adultas hemos estado en donde debimos estar porque para despenalizar el aborto por violación los votos no se consiguen en la calle, sino en la Asamblea. Nosotras hemos estado allí y las chicas han apoyado afuera, pero este país pequeño no saca dos millones de mujeres a la calle como Argentina, México o Chile. Las jóvenes cumplen un rol, nosotras otro. Las chicas tienen que oír lo que sabe una médica feminista porque no todo es consigna; para luchar hay que tener datos, cifras, estadísticas.

Virginia Gómez de la Torre es médica. Desde esa orilla defiende el aborto. Sabe que las niñas madres pocas oportunidades tendrán en la vida.

Cuando las empresas están en crisis suelen contratar a mujeres en puestos directivos. En época de bonanza los prefieren a ellos. ¿Qué piensa al respecto? 

 
He visto Betty la Fea, que salvó la empresa. Las mujeres que estaban a cargo de sus países en época de pandemia, como Angela Merkel o la ministra de Finlandia o de Corea del Sur, tuvieron un desempeño brillante. Angela Merkel es tan brillante en un país capitalista; soy feminista de izquierda, siempre lo he dicho, pero da envidia ver cómo en estos países se cumplen los derechos. No digo que allí no haya violencia, pero probablemente una mujer violentada tenga posibilidades de tener un refugio en donde la subsidien hasta que pueda trabajar. En Lago Agrio se cerró la casa de acogida porque no había dinero. Si los gobiernos no valoran la vida de las mujeres, es decir, disminuyen los presupuestos o eliminan la Ley en contra de la Violencia, ¿qué se puede esperar de su gestión? 

Tampoco es garantía que las mujeres que llegan a la política van a tener ejecutorias que favorezcan a las mujeres. Hay mujeres que llegan a la política y dan la espalda a las mujeres. A Guadalupe Llori —expresidenta de la Asamblea— la tengo atragantada. No tuvo un mínimo de solidaridad con el género. Ella trabajó en contra de la ley que regula el aborto por violación. Fue terrible lo que hizo. Y lo hizo sin asco. 

¿El feminismo no se ha quedado en las élites intelectuales?


Puede ser, se habla incluso del feminismo blanqueado. Desde mi experiencia, soy médica, tengo 22 años trabajando con otra médica y nosotras hemos podido ser feministas de escritorio, o feministas de la ONU, pero he ido a Ginebra tres veces para lograr que los comités recomienden al país que despenalice el aborto por violación. Como Fundación Desafío, a la que pertenezco, nunca hemos planteado un proyecto en Quito, Guayaquil o Cuenca porque allí están un montón de instituciones a las que las mujeres pueden llegar. Nosotras siempre hemos planteado trabajar en el Oriente, en el Coca, en Ambato, Quero, Santo Domingo de los Tsáchilas, en nueve cantones de Manabí, en Esmeraldas. 

Claro que hay un feminismo intelectual, pero hay otro feminismo, afortunadamente, en las mismas jóvenes. Está el feminismo indígena, de autoridades de la Conaie, de la Ecuarunari, compañeras maravillosas que están luchando para llegar hacia las bases porque en esas mujeres hay un desafío ante los grupos conservadores de las iglesias cristianas y católicas que tienen todas las redes sociales a su alcance. Trabajamos en Manabí y Esmeraldas —Río Verde—. Y en Santo Domingo y en Ambato buscamos la visibilización de la violencia sexual, del incesto, porque las relaciones incestuosas son las que más embarazos infantiles generan: más del ochenta por ciento de los embarazos de las niñas vienen de relaciones incestuosas. El incesto ha sido naturalizado y, a su vez, es un tema tabú castigado por la sociedad, pero en las poblaciones pobres no es así. 

Claro que hay un feminismo de élite, por supuesto que sí, pero que respondan las que son de esa élite.  


La escritora Elena Poniatowska, premio Cervantes 2013, confesó en 2019 que había sido violada en su juventud por el escritor Juan José Arreola. ¿Usted cree que esa denuncia no se volvió tan mediática porque la autora es una adulta mayor? 


Tuvo valor, y probablemente algunos felicitaron ese acto, pero en el caso de la violación siempre las feministas nos cuidamos de la revictimización. Tal vez lo dijo porque ya lo pudo decir y ella sabía que iba a recibir la solidaridad del movimiento de mujeres, aunque nadie fuera a meter el dedo en la llaga. No creo que el tema no haya transcendido porque se trate de una mujer mayor. Nosotras tenemos un dicho: “la historia de una es la historia de todas”, y me incluyo porque en general las mujeres hemos vivido violencia o abuso sexual. A mí no me violaron, pero sí me manosearon y fue gente de mi entorno. Eso nos ha pasado a casi todas. El tema de hablar es sanador, a lo mejor a ella le faltaba hablar de eso. Hay varias razones por las cuales ella pudo haber dicho eso, pero no podemos revictimizarla. En el caso de Frida Kahlo, por ejemplo, que para muchas es un ícono feminista, su relación con Diego Rivera dice lo contrario. Fue una mujer sumisa que aceptó la violencia de este hombre. 

Pero si no fue feminista al menos descuella como transgresora, porque invitar a Chavela Vargas a su cama, viviendo con Diego Rivera en la misma casa, da muestras de que también fue una mujer disruptiva. ¿Ese acto transgresor no la convierte en feminista o el feminismo evita meterse en el lecho de terceros? 

No olvides a Trotsky (León) —político ucraniano, amante de la pintora mexicana—. El feminismo es el feminismo de una, el que uno quiere vivir y puede. Para la época ella fue transgresora, un icono, una mujer maravillosa. Obviamente el accidente que tuvo le privó de vivir una sexualidad a plenitud, pero tuvo una mente tan grande que vivió una sexualidad lésbica; sin embargo, a la luz del siglo XXI, ella vivió un amor romántico con Rivera, un concepto que ahora las feministas rechazamos. Cada una vive el feminismo a su manera. Su pintura, su capacidad de traslucir todo lo que ella era en su pintura, todo el dolor que vivió, la convirtieron en un símbolo de la cultura.


Bajo esa lógica, Virginia, ¿se podría asumir que Manuela Sáenz tampoco fue feminista? 

También es un ícono que no ha sido reconocido del todo. Ella fue tras el sueño no solo del país que quería liberar, sino de su amor, y fue capaz de decidir por ella, por su felicidad, porque estaba casada y dejó a su marido. Manuela Sáenz es maravillosa, lo que pasa es que a la luz del siglo XXI, de lo que yo soy como mujer, ella tenía un sueño que coincidió con su amor, pero yo soy incapaz de seguir a un hombre por más que le quiera. No lo hice por el papá de mis hijos, que es chileno y básicamente esa fue la razón de nuestro divorcio porque él quiso regresar a su país y yo no fui capaz de seguirlo. Él vino a Ecuador y luego no le gustó y decidió irse, pero yo detrás de él no pude ir porque valoro mi vida, mi trabajo, ¿qué iba a hacer en Chile?  

Hay mujeres que hicieron historia. La primera médica, la primera que votó, la primera diputada. Matilde Hidalgo es una ecuatoriana gigante que no es reconocida porque al patriarcado no le gusta visibilizar a las mujeres. Esa es parte de su estrategia para impedir que las mujeres ejerzan el poder. 

El feminismo está en contra del amor romántico, que romantiza los celos y la violencia, y es germen de la violencia y los femicidios. ¿Cómo deben ser las nuevas relaciones desde el feminismo?


La sicóloga mexicana Nilda Chiaraviglio dice que las personas se enamoran debido a una respuesta química porque empatan con alguien y se alborotan las hormonas. Ese romance es brutal, se da la vida por la pareja, pero ese enamoramiento es algo pasajero. Los primeros meses de relación son maravillosos, sexo, entrega, pasión, pero con la convivencia eso disminuye. Chiaraviglio señala que uno no busca una pareja ni tampoco la encuentra; lo que uno hace es construir una pareja, entonces cuando uno construye una pareja se trabaja para eso. Tener una pareja es tener un contrato de trabajo, pero sin perder la libertad ni la individualidad. Uno no puede tener una pareja y continuar viviendo el amor romántico donde yo doy todo y él no da nada, y dejo pasar cosas y desaparezco, como el amor de Disney, de novela, de mujeres sacrificadas y lindas. 

Las feministas queremos parejas con las que no perdamos la libertad, si es que la queremos también, porque yo no tendría una pareja —he tenido de puertas para afuera, sí—, pero es muy cansón ahora. Yo estoy sola, voy conmigo y me basto; si eso me pasa factura lo asumo y eso es haber sobrepasado el amor romántico, porque si a estas alturas me pongo a pensar en que me voy a meter a Tinder y voy a conseguir una pareja maravillosa y me voy a casar nuevamente, estoy mal. 

¿Por qué estaría mal pensar eso? 


Porque no sería honesta. Las feministas que trabajamos tanto hemos perdido la posibilidad de tener un espacio de socialización donde haya hombres, y yo soy una mujer heterosexual. No frecuento círculos en donde ellos pudieran verme, pero soy muy feliz con mi vida; he conseguido muchas cosas y sigo trabajando. Me gusta viajar, ahora que nuevamente se puede voy a hacerlo. Los desafíos de mi trabajo son un montón y yo soy feliz así. Si en el camino me encuentro con alguien tampoco me voy a negar, pero será cuando encuentre a alguien al paso que yo voy.

Muchas amas de casa pierden el horizonte después de que sus hijos crecen. Algunas acuden a sicólogos porque al verse sin obligaciones se deprimen. ¿Por qué sucede eso?


Sucede porque simbólicamente han puesto a las mujeres una fecha de caducidad. La menopausia es como el término de la vida útil de las mujeres, pero ese discurso es parte de la violencia simbólica que viene del Estado y este no hace nada por cambiar esos patrones socioculturales machistas que definen que las mujeres somos así. 

La menopausia empieza entre los 45 y 55 años, ¿cómo puedo pensar que en el siglo XXI una mujer de 55 años, por más ama de casa que haya sido, esté acabada? Claro que hay cambios, pero las mujeres menopáusicas no pueden pensar que su vida sexual se terminó, ellas son las protagonistas de su vida, ya no tienen que cuidar a sus hijos (aunque las madres nunca dejan de hacerlo), pero tienen el campo y los animales en el caso de las mujeres de la ruralidad. En la ciudad deben seguir ocupándose de su vida. Quizá esa depresión esté más presente en las mujeres de clase media. 

¿Es difícil para una mujer que pasa de los 50 años encontrar trabajo?

La Constitución ampara el derecho al trabajo y este no tiene límite. Todo el mundo tiene derecho a trabajar, cualquiera que sea la edad que tenga, siempre que pueda desempeñar el trabajo que le piden. Claro que a las mujeres se nos pone más techos, más trabas, debido a la maternidad. Una mujer tiene derecho al trabajo, al margen de si está embarazada o no. Es una práctica que no se cumple porque es más barato contratar un hombre que una mujer porque los hombres no se embarazan ni abortan ni dan de lactar. 

Las otras trabas tienen que ver con determinados trabajos en los que, entre comillas, necesitan mujeres con el estereotipo clásico de la juventud, la belleza y, claro, en ese marco no todas las mujeres calzan, por tanto, son discriminadas. La edad obviamente se junta con la imagen, pero los hombres también son discriminados por la edad. En la diversidad sexual, la tasa de muerte de las transfemeninas es alta y el empleo para estas mujeres es imposible, por eso se callejizan, se dedican a la prostitución o se dedican al negocio de los salones de belleza, que es un escenario bastante limitado para ejercer el derecho al trabajo. Las mujeres más pobres, las que pertenecen a una etnia, las migrantes, las que viven en la ruralidad, son mujeres que más allá de la edad son discriminadas en el acceso al trabajo y tienen un abanico de oportunidades pequeño. A una mujer indígena, a una mujer negra que no tenga un desarrollo profesional, e incluso con desarrollo profesional, le queda trabajar en servicios, en venta ambulante, y el escenario de trabajo adecuado está complicado por la situación de violencia. 

O no les dan trabajo porque están embarazadas o tienen hijos…

La violencia en la niñez y adolescencia genera niñas con embarazos muy tempranos o adolescentes que transitan a la adultez con tres o cuatro hijos. En este caso, a pesar de que son jóvenes, no van a tener ninguna oportunidad de trabajar o desarrollarse. Esto les pasa generalmente a las pobres. En ese marco hay estudios que demuestran que niñas y adolescentes que transitan a la adultez con hijos tienen menos acceso a profesionalizarse y a conseguir trabajos adecuados. Ellas siempre ganarán menos y van a entrar al círculo de la pobreza y la violencia, aunque todo depende de la situación personal, pero son mujeres que están más propensas a trata, callejización y explotación sexual.

El tema de la discriminación no es ahora solamente porque las mujeres somos viejas, en realidad no hay trabajo para nadie, y peor para las mujeres. Las mujeres nos embarazamos pero no hay guarderías en las empresas. Ecuador es un estado fallido en todo. Lo peor que le puede pasar a un país es que la juventud no tenga esperanza. Y hablo de la juventud en general, de la juventud gay, lesbiana y heterosexual. La inseguridad, por otro lado, es algo que afecta más a las mujeres que a los hombres porque las mujeres no pueden acceder a trabajos nocturnos. Amo mi país, he tenido suerte, soy doctora en medicina, pero vivimos un subdesarrollo mental. No avanzamos en el planteamiento de políticas que mejoren nuestra vida a pesar de la riqueza que tiene este país, y que no tiene Holanda. Somos un país corrupto, con una cultura patriarcal y capitalista que explota al ser humano y especialmente a las mujeres. La vida de las mujeres en Ecuador no vale nada.