“En el campo discursivo nuestra victoria es notable. Pero, por otro lado, no hemos conseguido victorias importantes en la contención de la violencia contra las mujeres. Y no solo no hemos conseguido frenar el avance de la violencia contra las mujeres sino que tampoco hemos conseguido que los números permanezcan iguales”, dice la antropóloga argentina Rita Segato, una de las feministas más conspicuas de la actualidad.
Este ominoso hecho se convierte en un propulsor decisivo del movimiento feminista que viene luchando expeditivamente en contra de la violencia a la mujer y en ese ejercicio ha hecho suya esa frase que ya es una consigna:“nadie se cansa”.
Cabe aclarar que el feminismo —búsqueda de reivindicación de los derechos de la mujer— siempre ha sido cuestionado, desde sus inicios, como movimiento sociopolítico. Y ante no pocas sesgadas interpretaciones, hay que subrayar también que la función del feminismo no es discriminar a los hombres sino visibilizar y combatir la desigualdad que sufre la mujer.
Pero volviendo con lo que decía Segato, expresado en cifras, y solo en lo concerniente a Ecuador: del 1 de enero al 31 de diciembre del año pasado (2022), fueron registrados 332 casos de muertes violentas de mujeres por razones de género. Cada 26 horas ocurrió un feminicidio en el país.

Estas cifras enrostran una realidad dolorosa, al margen del camino recorrido por el feminismo.
Su primera ola se inició a mediados del siglo XVIII y con su advenimiento exigió derechos civiles. Sus grandes metas eran el derecho al voto, a la educación, y el acceso a la propiedad privada.
En cuanto al derecho al voto, se pudo acceder a una educación igualitaria, así como libertad física y financiera de nuestros tutores varones.
En la segunda ola, desde mediados del siglo XIX hasta principios del siglo XX, el feminismo exigió el acceso al voto ya no solamente femenino sino universal (analfabetos, gente de a pie y afroamericanos).
Luchó para que las mujeres accedieran a cargos de todo tipo, a derechos laborales, y a derechos y deberes matrimoniales iguales a los de los hombres.
En la tercera ola, de los 60 a los 90, exigió políticas públicas que reivindicaran a la mujer. Fueron fundamentales los anticonceptivos, porque dieron poder y libertad a las mujeres. El divorcio se convirtió en ley en muchos países.
Se cuestionó además por primera vez el amor romántico y la mujer pudo ingresar al terreno político.
La respuesta prejuiciosa de la sociedad ante el VIH abocó al feminismo a crear organizaciones que abogaran por la dignidad humana de las personas no heteronormadas.
Con ello, el feminismo definió los temas principales con los cuales se le asocia en la búsqueda de justicia y equidad: sexo, raza, etnia y clase económica, sexualidad y género.

En la cuarta ola, la actual, desde los 90 hasta ahora, sus derroteros son el activismo presencial y online.
Esta ola busca el fin de los privilegios de género y repudia la violencia de género; aparecen además la sororidad y el lema “lo personal es político”. Despunta la lucha por el derecho a la interrupción legal del embarazo. El feminismo se cohesiona con los movimientos LGTBI+, queer y de liberación sexual; da visibilidad a las lesbianas.
Esta cuarta ola continúa luchando ya no solo en las calles sino también en las redes sociales. Sus causas no solamente no están resueltas, sino que se ven exponencialmente amplificadas por la violencia y los feminicidios.
A lo largo de todas estas olas surgieron también las distintas vertientes feministas: feminismo socialista, radical o liberal; feminismo de la igualdad o de la diferencia; transfeminismo; feminismo anarquista; lesbofeminismo; ciberfeminismo y ecofeminismo.

Bemoles y peldaños en Ecuador
El feminismo siempre ha luchado contra los sistemas de poder impuestos y las jerarquías en diversos contextos sociales e históricos. La igualdad de derechos y la equidad de género han sido su piedra angular.
La ecuatoriana Matilde Hidalgo fue una mujer de avanzada que puso los cimientos para el voto femenino (1924), erigiéndose no solo como la primera mujer que pudo votar en Ecuador sino también como la primera mujer que pudo ingresar a la universidad (obtuvo su licenciatura en Medicina en 1919 y su doctorado en 1921) y luego convertirse en diputada (1941).

Pero el feminismo no se circunscribe exclusivamente a la lucha de los derechos de las mujeres, sino también a las luchas libertarias y a favor de la descolonización, de allí el reconocimiento de las luchas históricas de mujeres como Lorenza Abimañay, Manuela León y Dolores Cacuango.
A la doctora y activista ecuatoriana Gina Gómez de la Torre el feminismo la interpeló por primera vez durante su primer año en la universidad, en el año 1980.
Allí aprendió que para sortear los insultos tabernarios que muchos de sus compañeros le proferían debía madrugar.
“Vienes a buscar marido” y “tu lugar es la cocina” eran parte del catálogo de improperios que los futuros abogados de la República le recitaban cada vez que ingresaba al salón, de ahí que se impusiera el hábito de llegar a clases antes de que ellos ocuparan sus pupitres.
Esos dardos, sin embargo, no solamente caían sobre ella, sino sobre todas las mujeres de su facultad. Logró su título de abogada, no sin esfuerzo, y luego de doctora.
En otro esfuerzo porque las mujeres logren puestos de poder, el feminismo se ha encontrado con serios desencuentros.
En ese sentido, la doctora activista y feminista Pilar Rassa, señala que algunas mujeres se ven abocadas a masculinizarse cuando llegan a un cargo jerárquico.
“Es una forma de cuidarse. Tienes que tener aliados hombres de lo contrario no vas a durar en el puesto. Las mujeres en sitios de poder y en política se ven aún obligadas a cumplir los designios de su partido o jefe. Si no tienes la venia de ellos, tu gestión va a ser terrible. Muchas mujeres en el poder se convierten en reproductoras de comportamientos masculinos porque si no lo hacen quedan fuera del partido o del cargo. Por ello es indispensable, antes de aceptar un puesto, analizar la conducta de quienes serán tus jefes”, matiza.

Ningún invento fue tan liberador para la mujer como el anticonceptivo.
Gina Gómez De la Torre señala a ese respecto: “El que una mujer tuviera diez hijos, como nuestras madres o abuelas, ¿no era violencia? El casarse a los 14 años, ¿no era violento? Las mujeres tenían hijos casi por año y recreaban esa violencia en sus propias hijas”.
Con el uso de los anticonceptivos se pudo acceder al control de la natalidad, así como a la liberación del goce sexual, ya no ligado a la reproducción.
En cuanto al amor romántico, otro de los bemoles con los que se encuentra el feminismo, la doctora Pilar Rassa señala que el disparador del femicidio es ese: “El problema del amor romántico es que romantiza todo: el dolor, los celos, la violencia, y ahí es donde corremos riesgos. El hombre que te ama no te quiere tener sujeta. Los príncipes azules no existen”.
Violencia contra la mujer, feminicidios y lucha por el derecho al aborto
La violencia contra la mujer es otro de los problemas a los que se enfrenta el feminismo. En Ecuador se peleó por la ley de maternidad gratuita y la Ley 103 (violencia contra la mujer), que fue aprobada en el año 1995.
En ese año, cuando De la Torre trabajaba en el Congreso —ahora Asamblea— llegaron las organizaciones de mujeres para pedirle a quien fuera su jefa, Aracely Moreno, que desempolvara la ley contra la violencia que llevaba años guardada.
“Aracely era presidenta de la Comisión de lo Laboral y Social y le dije que la debatiéramos como paso previo al trámite legal, pero en realidad hacíamos los debates rápidamente porque lo que necesitábamos eran las firmas. Cuando menos pensaban los diputados, pasaron los dos debates y la ley entró al pleno”.

Para esas instancias, narra Gina, llegaron mujeres de todos lados al Palacio Legislativo. Era la primera ley contra la violencia de la mujer, y recién en ese momento, al ver a tantas mujeres apoyando, entendió lo que se estaba logrando.
Cuando trabajaba en una comisaría como amanuense vio cómo las mujeres que llegaban golpeadas debían poner la denuncia a través de un hermano o un primo porque era prohibido denunciar al marido.
Al mes de que entrara en vigencia esta ley, las comisarías de la mujer creadas para el efecto comenzaron a llenarse de denuncias.

Según datos de la Fundación Aldea, el 90 % de las mujeres ecuatorianas ha sufrido violencia. Una de cada cuatro, violencia sexual y seis de cada diez violencia física, sicológica o patrimonial.
El año pasado, como dijimos anteriormente, fueron registrados 332 casos de muertes violentas de mujeres:: 134 femicidios/feminicidios, nueve transfeminicidios y 189 feminicidios por delincuencia organizada. Cada 26 horas ocurrió un feminicidio.
Al menos 48 mujeres reportaron antecedentes de violencia y nueve tenían boleta de auxilio; es decir, 57 femicidios pudieron evitarse si el Estado hubiera activado un sistema de protección integral.
Al menos 16 mujeres fueron previamente víctimas de violencia sexual; y, 25 víctimas fueron reportadas como desaparecidas antes de ser encontradas sin vida. La víctima más joven tenía 3 meses de edad; y, la más adulta, tenía 84 años, lo que evidencia que la violencia contra las mujeres atraviesa todo su ciclo vital.
Catorce mujeres estaban embarazadas. Cuatro de cada 10 víctimas eran madres. Por lo menos 245 hijos e hijas quedaron en situación de orfandad, según datos de la fundación Aldea.

En cuanto al derecho al aborto, este fue aprobado en casos de violación en febrero del año pasado, pero un mes después el presidente de la República, Guillermo Lasso, vetó el proyecto de ley alegando que dos disposiciones no eran coherentes con el marco legal del país: la diferencia de los plazos (se había establecido que las adolescentes podían abortar hasta las 12 semanas de gestación en los sectores urbanos y 18 en la ruralidad) y la falta de una regulación que garantice el derecho de los profesionales de la salud a acogerse a la cláusula de conciencia (negarse a practicar un aborto por cuestiones morales).
Lasso esgrimía que establecer diferencias legales entre ciudadanos basados en lugares de nacimiento (urbanos y rurales) contradecía la Constitución.
Ante ese escenario y de cara a las protestas de los grupos de activistas, la Corte Constitucional eliminó un mes después, temporalmente, los requisitos para acceder a un aborto.
Con este pronunciamiento los establecimientos de salud no pueden negarse a brindar la interrupción legal del embarazo por violación. Tampoco los médicos podrán alegar objeción de conciencia (negarse porque va contra sus principios).
El 31,25 % de las sobrevivientes de violencia sexual que han solicitado el acceso al aborto legal tenían menos de 14 años.

¿Con qué herramientas se combate la violencia de género?
A juicio de Gina Gómez de la Torre: aumentando el presupuesto para prevenir la violencia, incrementando el presupuesto en las casas de acogida, invirtiendo en programas de salud sexual y reproductiva, y transversalizando la igualdad de género en todos los ministerios.
Los logros históricos del feminismo no son pocos y son ampliamente reconocidos, al menos en Occidente, pero como dijera Rita Segato: “Nos falta todavía profundizar para entender por qué no hay una incidencia de las victorias en el campo discursivo, en el campo de la contención de la violencia. Lamentablemente, el activismo sin reflexión da vueltas en el mismo lugar”.