Cultura urbana

El dolor pasa pero el tatuaje se queda

El dolor pasa pero el tatuaje se queda
El tatuaje es tradición, gusto y creatividad. Ilustración: Manuel Cabrera

El aromatizante encendido desprende un suave aroma, como a yerbabuena, mientras la música de rock suena a todo volumen. Estas dos herramientas sensoriales ayudan a regocijar a los clientes para que olviden que una aguja les perfora la piel a manera de taladro, mientras expulsa tinta a cada poro que toca. La sensación puede causar ardor, dolor o quemazón; en cada cuerpo el tatuaje es diferente. Aunque eso es lo de menos para Sebastián Cabrera, quien se ha convencido de olvidar el malestar con tal de “echarle color“, como dice, a su antebrazo interno derecho. 

Sebastián llegó al estudio de tatuaje para que le dibujaran un símbolo que representa el amor a su familia: una rosa con dos catanas cruzadas; al pie de los sables, están escritas las fechas de nacimiento de sus padres. 

“La rosa significa mi familia y las catanas el cariño para defenderlos a pesar de cualquier circunstancia”, explica entusiasmado.

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Mientras él se marca la piel, su mamá lo espera en la sala, al ingreso del estudio. Lo acompaña porque Sebastián cumplió hace poco los 17 años. No quiso esperar la mayoría de edad para tatuarse. Sus papás le autorizaron. 

“Cuando quieres algo y no vas en contra de nada, no hay motivo para dejar a un lado tus deseos”, expresa convencido mientras el tatuador limpia los trazos que crean el dibujo.

Los rasgos adquieren forma en los primeros 30 minutos. La sesión toma otra hora y media para terminar el trabajo. 

Sebastián es uno de los tantos clientes que reciben los artistas del Moth Tattoo Studio, que funciona desde hace tres años en el sector de La Concepción, en el norte de Quito. Su equipo, conformado por ocho tatuadores y dos aprendices, se esmera en plasmar diseños en la dermis de sus clientes. 

“Es una labor muy dura”, expresa sin pensar Xavier Padilla, propietario del establecimiento. 

Su negocio ha quebrado, al menos, cuatro ocasiones. Pero lo vuelve a abrir. El gusto y la pasión por ilustrar en cada cuerpo le ha motivado a retomarlo. No se rinde. “Yo no elegí ser tatuador; el tatuaje me eligió a mí”, explica con vehemencia. 

Xavier reflexiona sobre esta labor, a propósito del Día Internacional del Tatuaje, que se celebra el 17 de julio. 

El nombre viene del samoano tátau, que se refiere a marcar o golpear; en este caso, introducir tinta. El acontecimiento se inició en Estados Unidos, como National Tatto Day, pero se extendió a una celebración internacional. 

Tatuaje, cuando la tinta escoge tu piel
La palabra tatuaje viene del samoano tátau, que se refiere a marcar o golpear; en este caso, introducir tinta. Foto: Gabriela Castillo.

Una actividad en evolución

Las máquinas para tatuar, independientemente de su tecnología, funcionan de forma similar. Una aguja perfora la piel a una velocidad promedio de tres mil veces por minuto. Primero traspasa la superficie de la epidermis y deposita la tinta. 

Este proceso se ha prolongado desde tiempos neolíticos, especialmente en celebraciones religiosas. Ejemplo de ello es la momia a la que le llamaron Ötzi, “Hombre del hielo”, que se localizó hace 31 años dentro de un glaciar. En sus restos se identificaron figuras en la muñeca izquierda, dos en la zona lumbar, cinco en la pierna derecha y dos en la izquierda. Los análisis determinaron que fueron hechas como práctica mágico-curativa, ya que Ötzi habría sufrido artritis. 

Los marineros de James Cook llevaron los tatuajes a Europa desde Tahití; hasta personalidades de la nobleza europea del siglo XIX, como el zar ruso Nicolás II o el rey Alfonso XIII de España, se dejaron seducir por el arte de grabarse la piel. 

De hecho, en lo que hoy es el continente americano, muchas culturas indígenas utilizaron el tatuaje como parte de sus rituales. 

Infografía de la Técnica del tatuaje
Técnica del tatuaje. Infografía: Manuel Cabrera

Ecuador no es indiferente a esta tendencia. Franklin Sichique, en su tesis El tatuaje como forma de expresión artística en Cuenca: Estéticas y Simbología, reseña que este arte alcanza a la cultura juvenil punk, metal, skaters, rastafaris, emos, etc. “Pero el tatuaje no solo es de la juventud, también la gente llamada común los posee y se los hace, así, estudiantes, ingenieros, abogados, médicos, deportistas, entre otros”. 

Al igual que Xavier, Sichique también cree que “el tatuaje es quien escoge a la persona”. 

Hay países que los rechazan. Esto se observa, por ejemplo, en Japón, donde los grabados en piel han estado relacionados con la yakuza (mafia japonesa) o con personas situadas al margen de la ley.  En muchos casos, a los ciudadanos que exhiben un dibujo en el cuerpo se les niega el ingreso a piscinas públicas, gimnasios e incluso bares. 

Similar situación ocurre en naciones como Sri Lanka (Asia Meridional) y Myanmar (Sudeste Asiático), si una persona lleva en la piel la imagen de Buda. 

En Irán, Emiratos Árabes Unidos y Turquía, el rechazo es más radical. Se considera a los tatuajes una forma de daño autoinfligido. Las personas que laboran en este arte, lo hacen de forma clandestina. En caso de ser descubiertos, pueden ir a la cárcel. 

Sin embargo, los diseños en piel se están generalizando, en opinión de Daniel Buitrón (27 años), quien realiza trazos en el cuerpo desde hace dos años y medio. 

Antes de dedicarse a su pasión, Daniel trabajó en construcciones, centros comerciales e incluso se dedicó a la venta de muebles de palet. Nada de eso lo hacía feliz. “Para mi tatuar es una manera de expresar lo que con palabras no logramos”, apunta. 

“Es una representación personal, una huella, una identidad”, añade Xavier.

No solo lo dice porque se ha sometido al “pinchazo de tinta” en al menos 60 veces (un promedio de 300 horas), ni porque tiene tatuado el 47 por ciento del cuerpo (entre tatuajes y coberturas de dibujos anteriores), sino porque, dice, “es una expresión que la llevas en el cuerpo y nadie te la puede quitar”.

Telmo Simbaña también se considera un adicto al tatuaje. A sus 32 años y 17 dibujos plasmados en la rodilla, la canilla derecha, la espalda, costillas, muslo izquierdo “entre otros rincones”, se inclina en pensar que su gusto no solo es por estética e identidad, sino porque, además, se puede convertir en un vicio al dolor. “Es fascinante sentir que una máquina —a la velocidad de un taladro— genere un dolor instantáneo que desordena las fibras de los nervios.  Me gusta sentir impulsos que me presionan la carne y que parece que me clavan el hueso”, confiesa. 

Establecer un valor para una pieza radica en muchas variables: precio por tamaño, técnica, ubicación del diseño, tatuador… El costo de un tatuaje va desde los 20 dólares, por un diseño sencillo de unos cinco centímetros, hasta los 1.500 dólares, si se trata de un modelo más elaborado que incluso requiera varias sesiones. 

Tatuaje, cuando la tinta escoge tu piel
Daniel Buitrón, quien antes de encontrar su pasión en el tatuaje trabajó en construcciones, centros comerciales y la venta de muebles de palet. Foto: Gabriela Castillo.

Múltiples opciones 

Una de las bases para tatuar no solo es dibujar, sino también “conocer estilos y técnicas que permitan plasmar en los lienzos (los cuerpos) imágenes que proyecten movimiento y realismo”, opina Emma Rivadeneira, amante de los tatuajes: tres hadas en el omóplato; un elefante en el tobillo y un pato Lucas a la izquierda del ombligo. 

Entre las técnicas más empleadas se encuentran blackwork (solo tinta negra para crear sombras, líneas y efectos); tradicional (formas de flores, animales, etc.) y neotradicional, que combina trazos gruesos y finos. También existen el acuarela (luces y sombras similares a las acuarelas); puntilista, que son diseños basados en puntos; y negro y gris, que combina blackwork y acuarela. 

Hay otras formas más complicadas, como japonés tradicional y neojaponés, que incluye diseños y figuras clásicas japonesas como peces, dragones, geishas y samuráis; el tribal, basado en símbolos tribales y étnicos; y el gótico, con diseños de colores rojo y negro (calaveras, rosas con sangre, castillos) inspirados en el cine de terror clásico.

Para que el cliente decida qué tipo de tatuaje se va a dibujar, se llega a una fase muy delicada, dentro de la labor de tatuador. Fernando Bravo, en su tesis de Maestría Representaciones, discursos y prácticas sociales de la imagen tatuada en Quito, resume que en esta etapa el artista trabaja directamente con el cliente a través de una “negociación de significados” sobre la representación que tendrá la imagen, con base a las necesidades estéticas y lo que quiere llevar en sí la persona”.

Este precepto calza con la postura de Andrés Yancha, de 31 años, quien cumple esta actividad desde 2017. Andrés no es modesto. Sabe que domina muy bien el de cover up, una técnica que consiste en realizar un tatuaje sobre otro ya existente para cubrirlo, ya sea porque no le gustó al cliente o porque hay que corregirlo.

Para ello, tiene una clave. “Antes de tatuar le hago muchas preguntas al cliente, para generar la idea de que se sientan a gusto y que no deseen borrarse en el futuro”.

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“Yo no elegí ser tatuador; el tatuaje me eligió a mí”, dice Xavier Padilla, que exhibe las piezas de su piel en el espejo de su estudio de tatuajes. Foto: Gabriela Castillo.

Los tatuajes son hermosos, pero hay que tener cuidado

Aunque en el país no existe una asociación legalmente constituida por tatuadores, entre ellos se conocen. Algunos se unen para abrir locales en sociedad, otros para crear eventos y concursos y hay quienes prefieren pintar la piel “por cuenta propia”, es decir trabajan solos. 

No hay una cifra oficial de cuánto dinero mueve la industria del tatuaje en Ecuador. Pero los artistas cuentan que es una actividad pujante. “Hay mucha competencia”, reconocen. 

En Quito, según estimaciones de los propios tatuadores, hay al menos 100 estudios de tatuaje abiertos al público. Solo en el sector de La Mariscal, desde la avenida Patria hasta La Colón, alrededor de 20 locales. 

En el Mercado Artesanal, por ejemplo, hay una docena de puestos que ofrecen estos servicios. Los artistas salen a la calle, llaman a los transeúntes, para ver si de casualidad se animan por el servicio.

Lo mismo ocurre al interior del Centro Comercial Espiral, ubicado a pocas cuadras del Mercado, en donde se instalaron locales pequeños para brindar el servicio. 

Al umbral hay fotos grandes en las que se observan cabezas rapadas con diseños de dragones o algún personaje de la televisión. Si los posibles clientes se acercan, le ofrecen pequeños catálogos y les llaman con la mano, para captar su atención.  

Carlos Quezada, abogado en libre ejercicio, advierte que se debe tener cuidado con la proliferación de estos puestos. Menciona que el artículo 21 de la Constitución señala que las personas tienen derecho a la libertad estética, pero eso no significa que pongan en riesgo su imagen y salud, “por unos dólares menos”. Por ello reitera la necesidad de que se norme esta práctica y este negocio, pues en los últimos años se incrementó la tendencia hacia los tatuajes, especialmente entre los jóvenes, sin tomar en cuenta que es posible que este procedimiento se realice omitiendo riesgos. 

El jurista recomienda al cliente analizar el lugar dónde se pintará la piel e indica que los locales tienen que cumplir ordenanzas municipales y permisos del Ministerio de Salud, ya que se emplean equipos que requieren alta asepsia.

Quezada revela que, en caso de que un tatuaje llegue a causar daños, como heridas, infecciones y otros, se pueden iniciar acciones legales en vigencia del Código Orgánico Integral Penal (COIP), que contempla sanciones por negligencias. 

Xavier, Andrés y Daniel reiteran que la esencia de un verdadero tatuador es cuidar la higiene personal y de equipos, especialmente después de la pandemia por la covid-19. “Nuestra tarea también consiste en cuidar el bienestar del cliente”, enfatizan.  

Tatuaje, cuando la tinta escoge tu piel
El costo de un tatuaje va desde los 20 dólares, por un diseño sencillo, hasta los 1.500 dólares los más elaborados, que requieren varias sesiones. Foto: Gabriela Castillo.

Epílogo

Han pasado dos horas. El sufrimiento de Sebastián desapareció mientras su tatuaje tomaba forma. Su piel está enrojecida por cada milímetro que recorrió la aguja para inyectar la tinta. El dibujo fresco parece en alto relieve. Los trazos tienen mucho brillo. El chico escucha las recomendaciones del tatuador: aplicar ungüentos para cicatrizar y humectar la piel, aseo permanente, no exponerse al sol, no nadar durante un mes, etcétera. 

“El dolor pasa, pero el tatuaje se queda”, dice Sebastián satisfecho. Abre la puerta y se va del estudio.