Sexo, drogas y… música electrónica. La búsqueda del trance

Música electrónica drogas sintéticas
Ilustración: Carlos Almeida.
Sobra decir que en los raves la mezcla de sonidos y frecuencias que ensayan los DJ es la protagonista. Aunque hay otros ingredientes, como las drogas sintéticas.

Eran las 23:05 del 31 de diciembre, un amigo nos recogió para llevarnos a una fiesta. Estábamos cuatro chicas y dos chicos. Gaby se sentó sobre mis piernas porque no había suficiente espacio en el carro. Nuestros outfits incluían blusas cortas, sin que importara mucho el frío de Quito. 

Nos detuvimos en una tienda a comprar agua y cigarrillos. Antes de llegar, Amanda propuso hacer “agua loca”, una mezcla de agua con éxtasis o, como también le dicen, MDMA (Metilendioximetanfetamina): un polvito traslúcido o cristalino que estimula el sistema nervioso. Los chicos prefirieron ponérselo en la muñeca e ingerirlo.

—Sabe a químico porque literalmente es puro químico —dijo Amanda. 

Desde afuera la fiesta se veía totalmente llena y el aire invadido por el humo. Se escuchaba el sonido de un bajo a lo lejos. Entramos. En el primer piso de una casa ubicada en la Gaspar de Villaroel, al norte de Quito, y totalmente a oscuras, excepto por el juego de luces en el centro de la pista, había jóvenes moviendo sus cuerpos al ritmo de loops auditivos (sonidos repetitivos) y sensoriales. Y otros apostados en las sillas o sillones, prendiendo cigarrillos o porros y unos pocos bebiendo alcohol. El techno house, un subgénero de la música electrónica, hacía que las ganas de bailar se expandieran por el cuerpo.

Música estrambótica contemporánea

La música electrónica tuvo su origen a finales del siglo XIX e inicios del XX, cuando se inventaron los primeros aparatos tecnológicos capaces de grabar, reproducir y amplificar señales eléctricas. Estos fueron el origen de los actuales sintetizadores y aparatos electrónicos con los que se compone hoy en día el género. Y con ellos se popularizó la música electrónica a partir de la década de los sesenta. 

A diferencia de otro tipo de fiestas, en las que generalmente se baila en pareja, aquí el 95 % de los asistentes baila solo. Los DJ concentran toda la atención del público, cual rockstar, con la diferencia de que son al mismo tiempo el guitarrista, baterista, bajista, violinista… de su propia “banda”.

David Guetta, Martín Garrix, Dimitri Vegas, Tiesto y Claptone son solo algunos nombres de compositores de música electrónica con reconocimiento mundial, con millones de reproducciones en plataformas digitales de música y participaciones en los festivales más importantes que se hacen en ciudades como Berlín, Barcelona o Bruselas: Tomorrowland, en esta última, por ejemplo. En encuentros de ese nivel las entradas oscilan entre 250 y 1 500 euros. 

Sobra decir que en los raves, o fiestas de música electrónica, la mezcla de sonidos y frecuencias que ensayan los DJ es la protagonista. Aunque hay otros ingredientes que los convierten en una experiencia extrasensorial e inmersiva: las sustancias que alteran la conciencia; combinaciones químicas que “agudizan los sentidos”.

En la fiesta de la Gaspar de Villarroel, mientras  bailamos al ritmo de tribal house (otro de tantos subgéneros de la electrónica) y los latidos del corazón se aceleraban, le pregunté a Gaby si había algún “cariñito” que se pudiera conseguir con facilidad y frecuencia en estas fiestas.

—MDMA, tusi, cocaína, LSD, ketamina y marihuana —respondió.

Ya hablaremos más adelante de esas sustancias.

Raves y drogas: ¿una combinación inseparable?

El DJ de trance Sven Vath escribió en uno de los mayores portales de música en español, Hispasonic, que “la música Trance es, de hecho, algo creado por los chamanes, y los chamanes hacen eso simplemente con tambores (…), para que ‘entres en trance’, porque ‘entrar en trance’ es seguir un ritmo receptivo reiterativo que te guía a crear la apertura, la predicación en el estado de la mente, de trance, trance al que también llegas gracias al éxtasis”.

Canciones como “Extasi, Extano”, de Chimo Bayo, un éxito de la electrónica en los noventa, son una invitación directa al consumo de ese compuesto. Por esos mismos años los raves surgieron de forma clandestina, debido a que los permisos y horarios eran limitados en diferentes ciudades. En ese contexto, el acceso a drogas sintéticas (también clandestinas) se popularizó, de acuerdo a la revista española Muy interesante. 

Juan Bernardo García es un joven quiteño conocido localmente como DJ La pas. A su criterio, los raves “son lugares en los que nadie te juzga porque todos están concentrados en su propia experiencia y no en la de otros, si te ‘pegas’ o no (algo) es tu trip”. Reconoce, no obstante, que no es responsable incitar al uso de drogas, pues “se necesita mucha madurez psicológica para no caer en adicciones, problemas de salud e incluso una muerte por sobredosis” y que tiene amigos que van a estas fiestas pero no consumen drogas, solo se dejan llevar por lo sonidos. 

De vuelta a la fiesta

Gaby me contó que ya sentía “las sensaciones” del polvito traslúcido que ingirió al inicio de la noche. Los efectos del MDMA suelen aparecer después de unos treinta minutos de consumirlo. Se trata de una composición química que forma parte de las sustancias activas clasificadas como entactógenos, y se caracteriza por producir efectos similares a la empatía y la cercanía emocional con otros, además de su “efecto energizante, distorsiona la percepción sensorial y temporal y hace que las experiencias sensoriales se disfruten más profundamente”, de acuerdo con una investigación publicada por el National Institute on Drug Abuse, de Estados Unidos, en 2017.

A eso de las 02:55 Gaby y yo decidimos ir a otra fiesta, cerca de la 12 de Octubre. Llegamos y el sitio se prestó para acogernos durante lo que quedaba de la madrugada. El indie dance hizo que todos los que estábamos en la sala bailemos, una algarabía colectiva con la que hasta ese momento no me había encontrado en un rave.  

Ema, una de las chicas que ya estaba allí, había tomado una «pepa» con una dosis más fuerte de MDMA, por lo que estaba abstraída y a la vez pendiente de todo lo que sucedía a su alrededor. Cuando una de sus amigas me ofreció tusi (cocaína rosa), me hizo una advertencia: “si no lo has probado antes, solo jala un poco”. 

Sentí que mi piel “absorbía” todas las moléculas del aire, mi mente “filosofaba” sobre una verdad que se presentaba a gritos ante mis ojos: la música electrónica está asociada con el uso de drogas y, sobre todo, su uso es aceptado en esos espacios, al igual que en cualquier discoteca o fiesta familiar en la que te ofrecen un vaso de licor o cerveza.

Gaby parecía tener lo anterior muy claro: 

—Si en un grupo todos hacen lo mismo se crea un sentimiento de pertenencia y empatía, así que por eso nadie te ve mal. Las drogas además hacen que varias partes de tu cerebro se conecten o se vuelvan a conectar, se llama neuroplasticidad y es una capacidad cerebral. Cuando eso pasa, percibes con mucha más intensidad, (sientes que) tu mente capta lo que ‘normalmente’ pasa desapercibido, lo que sumado a los sonidos repetitivos, el baile y el juego de luces, provoca que entres en un estado de trance.

Un estado que no es nuevo para los humanos, quizá desde que alguien comió por equivocación un hongo con efectos alucinógenos o consumió alguna otra planta o sustancia, y descubrió cómo alterar su conciencia. 

Gaby sigue:   

—Si en un festival de música electrónica hay muchas personas con estados alterados de conciencia y que además bailan, podríamos interpretarlo como un ritual. Mis amigos, durante el trip, me han hecho reflexionar más que cualquier fragmento de la Biblia.

Y hubiésemos seguido divagando, pero creímos que ya era tiempo de dejar de hablar y fumar, y regresamos a la pista de baile. 

La música electrónica en Ecuador y el mundo

En noviembre de 2022, gracias al impulso y la casualidad, llegué a un festival llamado La Comu, organizado por una DJ ecuatoriana conocida como Dasha, en la playa de Cojimíes, provincia de Manabí. En el flyer del evento se leía: “un espacio seguro y amoroso para reencontrarse” y se anunciaba la participación de cuatro DJ extranjeros. 

Cuando fui tenía la idea de que vería a decenas de extranjeros en pantaloneta y sandalias, dejándose llevar por los loops y samples de la electrónica. Y me encontré con esos perfiles, sí, pero no eran decenas. Por cierto: en ese festival escuché por primera vez el término “agua loca”.

La organizadora del evento estaba contenta por el aforo, aunque admitió que la convocatoria de los raves en Ecuador no se puede comparar con otros de la región.

Según un estudio del Music Consumer Insight Report, en 2018 la música electrónica ocupó el tercer lugar en cuanto a los géneros favoritos en el mundo con un 32 % de preferencia, después del rock y el pop, lo cual no está mal si consideramos que se trata de un género más reciente. 

Sobre aquello, DJ La pas sostiene que en Ecuador existe una industria “entre comillas”, conformada por productoras de eventos, varios DJ (lo que más hay) y productores musicales. Para Juan Bernardo, el nivel de muchos DJ ecuatorianos es alto, porque saben llevar una fiesta, cómo mezclar, mueven eventos y sellos. Talento hay, dice. Sin embargo, por la misma naturaleza de la escena underground, la mayoría no pueden catapultarse internacionalmente. Aunque menciona a un DJ francoecuatoriano que sí ha podido: Nicola Cruz.

Nicola Cruz. Fotografía: Ministerio de Cultura de la Nación (Argentina) / Flickr.

No es sencillo encontrar cifras sobre la cantidad de personas que asisten a raves en Ecuador ni sobre la frecuencia con que se realizan. No obstante, pregunté a tres DJ ecuatorianos: DJ La pas, DJ Dasha y DJ Cohema. 

Ellos coinciden en que la oferta de fiestas de electrónica ha aumentado después de la pandemia, ya que solo en Quito hay de dos a tres cada semana, por lo que se puede deducir que el mercado se está abriendo a una demanda cada vez más grande, que la música electrónica prospera.

Cuando salimos de la fiesta eran las 07:20 de la mañana del 1 de enero. Gaby no quiso regresar a su casa, porque había un after

Nos despedimos.

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