El evangelio de Saramago según Pilar del Río

Saramago 100 años
Ilustración: Manuel Cabrera.
José Saramago cumpliría cien años este 16 de noviembre. El autor nació en 1922, en Azinhaga, una aldea portuguesa, en una familia de campesinos pobres. 

Pilar del Río trabajaba con su esposo, José Saramago. Ahora sigue trabajando con él, aunque el escritor ya no está. Murió en 2010, doce años después de ganar el Premio Nobel de Literatura —fue el primer autor portugués en obtenerlo— y de escribir una extensa obra narrativa que le proporcionó reconocimiento mundial, en la cual indaga, sobre todo, en la esencia del ser humano y la sociedad. 

Ensayo sobre la ceguera, La Caverna, Todos los nombres, El hombre duplicado, El Evangelio según Jesucristo y tantas otras novelas, lo corroboran. Saramago era, además, un convencido hombre de izquierda. 

“Antes comentábamos las decisiones. Ahora no las podemos comentar. No tengo con quién comentarlas y es un problema. Pero en líneas generales, todo sigue igual”, dice Pilar con acento español, firme y afable, con sus bien llevados setenta y dos años. Tiene veintiocho menos que los que tendría José Saramago, quien si viviera cumpliría cien años este 16 de noviembre.

El escritor portugués José Saramago, premio Nobel de Literatura en 1998. Fotografía: Fundación José Saramago (cortesía).

El autor nació en 1922, en Azinhaga, una aldea portuguesa, en una familia de campesinos pobres. Sus abuelos, las personas más sabias que él conoció, según dijo, no sabían leer ni escribir. Saramago vino al mundo el año en que en el Ecuador se produjo la masacre obrera del 15 de noviembre. El mismo año en que el escritor peruano César Vallejo publicó Trilce y James Joyce, su célebre Ulises.  

Con motivo del centenario del Nobel portugués, la periodista y traductora nacida en Granada, España, Pilar del Río, quien además preside la Fundación José Saramago —creada por el propio escritor en 2007—, asentada en Lisboa, visitó Ecuador el pasado septiembre. Vino a la Feria Internacional del Libro de Guayaquil. Se trató de una de las muchas invitaciones que recibió este año y que decidió aceptar porque la carta fue escrita con cariño y respeto: “es la importancia de introducir la humanidad y no la oficialidad en la comunicación”. 

Y, mientras lo cuenta, se queja del frío generado por el acondicionador de aire, que vuelve helada la sala donde conversamos, lo cual hace que se cubra con una chalina de tonos pasteles y figuras geométricas, que se aloja armoniosa sobre su blusa beige. Afuera, la calle hierve. Son las paradojas de una ciudad tropical y calurosa como Guayaquil. El frío la intimida, pero a esta española el calor no la amilana. Camina las calles guayaquileñas y el malecón. Mira el río. Visita el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo.

No es la primera vez que Pilar viene al Ecuador. Estuvo en febrero de 2004, con su esposo, en una gira que los trajo primero a Quito y luego a Guayaquil. “Fue una visita muy rápida”, recuerda. En aquella ocasión, era acompañante del Nobel, que fue declarado Huésped Ilustre y se reunió con lectores. 

Ahora ella es la vocera de la obra de Saramago y de la Fundación que lleva el nombre del escritor. Es la encargada de continuar difundiendo lo que llama “el mandato José Saramago”, que tiene que ver con los derechos humanos, con el medio ambiente, el feminismo, la solidaridad y la cultura. Porque la obra del autor portugués y su filosofía contemplan todos esos aspectos, con los que ella comulga plenamente.  

Pilar del Río, periodista y traductora española, viuda de José Saramago, durante su estadía en Guayaquil, con ocasión de la Feria Internacional del Libro. Fotografía: Clara Medina.

El novelista se preocupó también por los deberes ciudadanos, por lo cual, inspirada en su pensamiento, la Fundación José Saramago, junto con la Universidad Nacional Autónoma de México y la World Future Society (capítulo México), promulgó la Declaración Universal de Deberes Humanos, que consta de 23 artículos. El primero señala: “Todas las personas tenemos el deber de cumplir y exigir el cumplimiento de los derechos reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en el resto de instrumentos nacionales e internacionales y las obligaciones necesarias para garantizarlos con efectividad”. Un documento que a Pilar le parece fundamental, pues busca que los ciudadanos estén conscientes de que así como tienen derechos, tienen deberes. 

A Pilar le apena que pasan los días y no se avanza: ni la Declaración de Derechos la cumplen los gobiernos, ni la Declaración de Deberes la asumen los ciudadanos. Pero pena no significa resignación, tampoco derrota. Sabe que hay que seguir propiciando que los postulados se vuelvan carne. O en sus palabras: “si todos usáramos razón y conciencia, el mundo no estaría mal”. 

Un camino a dúo

Entusiasta lectora, Pilar era una periodista treintañera a mediados de la década de los ochenta y no había leído a Saramago, hasta que un día entró a una librería en Sevilla y en la estantería vio el libro Memorial del convento. “Encontré el título curioso. Leí una página, leí el principio, lo compré, me fui a casa y lo devoré”, según ha contado. 

Luego compró todos los libros de Saramago y quiso entrevistarlo. Viajó a Lisboa. Fue un encuentro en el que ambos descubrieron afinidades. Continuaron en contacto, hasta que un día él le escribió una carta. “Me decía que si las circunstancias de mi vida lo permitían, él me visitaría. Y mis circunstancias de vida lo permitieron». Fue el inicio de un romance, que se selló con el matrimonio. Estuvieron juntos por casi un cuarto de siglo, hasta el 18 de junio de 2010, fecha en que Saramago falleció, a los 88 años.

Pilar no era simplemente la esposa o la acompañante habitual del Nobel. Era también su traductora. Ella traducía al español lo que Saramago escribía a diario. De manera que realizaban un trabajo simultáneo, que permitía que las obras del autor pudieran leerse en portugués y en español casi al mismo tiempo. Esta situación ha convertido a del Río en una experta en la obra saramaguiana, aunque, modesta, dice no tener las cualidades suficientes para determinar qué libro de su esposo es el más logrado: “eso lo deben señalar los críticos”. 

Tampoco tiene una obra preferida, porque sus preferencias son móviles. “Unas veces es una y otras veces es otra. En estos últimos tiempos acudo a Las intermitencias de la muerte, porque es de una sabiduría extraordinaria; pero en otros momentos acudo a El Evangelio según Jesucristo, una obra fundamental del siglo XX. Y no lo digo yo. Ahí puedo citar, porque lo dijo Harold Bloom, el padre de la crítica y el que ha hecho el canon”.

Cuando Saramago murió, fue velado en la biblioteca de su casa en Lanzarote, España, donde vivía el matrimonio. Lanzarote era su hogar. El lugar donde la pareja decidió residir. La isla desde donde estaban comunicados con el mundo entero. En la noche del velorio, Pilar leyó un fragmento de El Evangelio según Jesucristo. Al siguiente día vino un avión de Portugal y trasladó el cadáver a Lisboa, donde se realizaron las honras fúnebres, y en donde está ubicada la Fundación que Pilar preside. 

Por ello le ha tocado mudarse a Portugal. “Mi compromiso expreso era mantener la Fundación. Era lo que exigía la posición y el trabajo que tenía”, dice. La casa de Lanzarote y su biblioteca, que se conserva tal como en vida del escritor, ahora están abiertas al público. Al respecto, Pilar asegura que “lo que pasó allí, las conversaciones que hubo, los libros que se escribieron, las lecturas y las emociones y todo, tienen que seguir siendo compartidos”.

En su visita a Guayaquil, a propósito de la Feria del Libro, Pilar del Río acudió al Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo. Fotografía: Clara Medina.

Le digo a Pilar que la novela más difundida de Saramago tal vez sea Ensayo sobre la ceguera y que a esa popularidad contribuyó probablemente el filme. Me contradice. La novela por sí misma generaba un gran interés. Cuenta que apenas se publicó el libro, hubo dieciocho peticiones para llevarla al cine. La primera fue de una productora brasileña con el director Fernando Meirelles a la cabeza. Saramago se negó. “Pero hubo un cruce de lealtades entre la agencia literaria, unos canadienses y un malentendido y Saramago claudicó. Y cuando cedió los derechos a una productora canadiense, ellos buscaron a Fernando Meirelles y se cerró el círculo. Al final, Meirelles terminó haciéndola”.

Vieron la película Saramago y ella en un cine enorme, con la sola compañía de dos personas de distribución y de Meirelles. Cuando el filme terminó, hubo un prolongado silencio, hasta cuando Saramago balbuceó: “Fernando…”. El director, como queriendo atajar al escritor y como evitando escuchar, decía: “No es preciso, no es preciso…”.  Pero Saramago prosiguió: “Fernando, me estoy sintiendo como cuando puse la palabra fin en el libro. Estoy absolutamente emocionado”.  Nació en el rostro de Meirelles una sonrisa. Y vinieron los abrazos. 

Un antes y un después

¿Y cómo es vivir con Saramago y sin Saramago?, le pregunta Lola Márquez, colega periodista que me acompaña a la entrevista y que hace un video de la conversación. 

“En un caso y en otro, no es una vida tranquila y regalada. Con Saramago y sin Saramago estoy en tensión permanente viendo lo que pasa y lo que no pasa. Porque lo que pasa, pasa por algo, y lo que no pasa, no pasa por algo”, responde. Es una tensión positiva, que no cansa. “Lo que cansa es la pobreza. Lo que cansa es un día y otro y otro y otro, sin comida suficiente, sin poder alimentar a los hijos. Eso cansa. Pero vivir en función de la obra de un escritor como Saramago no cansa. Es una tensión creadora, activa y altruista”.

Se refiere a su esposo como Saramago. Raras veces dice José. Parece que reserva esa forma de nombrarlo para cuando está fuera de entrevistas. Confiesa que no solían darse obsequios materiales. Pero se regalaron lo más entrañable: «a mí, José Saramago me regaló un idioma y yo le regalé un continente”. Y ella evitó también que el Nobel dijera América cuando se refería a un país, “porque América es todo. Va desde Alaska hasta la Patagonia”. 

De este continente es la literatura que Pilar leía cuando llegó a la Feria Internacional del Libro de Guayaquil: el libro de Héctor Abad Faciolince, Salvo mi corazón, todo está bien. Aquella obra se la había obsequiado el propio autor, en Bogotá, en una cena en casa del también colombiano Juan Gabriel Vásquez. De la literatura ecuatoriana conoce poco: “soy consciente de que vengo con un déficit y no lo he traído solucionado”. Pide que le recomienden autoras y la conversación, una vez terminada la entrevista, se encamina hacia la narrativa ecuatoriana escrita por mujeres. Se percibe un sincero interés por conocer. Por saber qué sucede en la literatura y en la vida del país y sus ciudadanos.   

Pilar del Río recorre el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo de Guayaquil. Fotografía: Clara Medina.

Semanas después de su visita, la vuelvo a contactar. Está inmersa en las celebraciones del centenario, cuyo logo es “Saramago 100”. Reediciones de libros, conciertos, una ópera, lecturas de obras en colegios. En Lisboa hay mucha actividad. La Fundación está en su punto máximo de trabajo. Portugal homenajea a su Nobel. El mundo entero también. “Organizan cosas en ciudades grandes, menos grandes; asociaciones, por su cuenta, están organizando cosas y eso nos maravilla. Una se queda impresionada”. “Eso es Saramago”, resume.

A cien años de su nacimiento y doce de su muerte, Saramago sigue altamente presente entre los lectores del planeta, a través de sus historias y personajes. Y mediante el trabajo de Pilar del Río, la mujer a la que dedicó gran parte de sus obras. «A Pilar, los días todos», escribió en Ensayo sobre la lucidez. «A Pilar, mi casa», dijo en Las intermitencias de la muerte. Y en El hombre duplicado: «A Pilar, hasta el último instante».

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