La escritora Natasha Salguero anhela volver a publicar

Revista Bagre
Ilustración: Manuel Cabrera.
Natasha Salguero se presentó en el Premio Nacional de Literatura Espinosa Pólit con el pseudónimo "Félix", un nombre con el que quiso esconder su género.

“Cómo se llama usted”, pregunta Natasha Salguero (Quito, 1952) a su interlocutora con manifiesto interés al contestar el teléfono. 

Unos segundos más tarde destraba el pasador de la trinchera en la que ha decidido guarecerse del vertiginoso ritmo de vida que impone la sociedad actual. 

No tiene WhatsApp y se rehúsa a ver noticias.  

«Ya no salgo de casa. El tráfico en Quito es terrible», confiesa con una brizna de desencanto que la ha orillado a parapetarse en el jardín de su casa y en su amada biblioteca.  

Hace algunos meses donó mil 500 libros a la biblioteca juvenil de Ibarra, un gesto que desea repetir porque se halla inmersa en una mudanza.  

«Viendo encajonados mis libros estaba pensando hacer una nueva donación porque quién sabe cuántos años más me queden de vida», medita en voz alta mientras va cribando mentalmente su importante patrimonio literario.  

«Mmm… creo que voy a quedarme solo con aquellos que pienso leer nuevamente, por ejemplo los de Borges. En un momento dado me encantaron los de Dostoyevski, pero no los volvería a leer”. 

Hace una pausa. “Tampoco los de Kafka porque quiero leer cosas nuevas y ahora veo mucho cine», expone pausadamente en un casi monólogo que permite vislumbrar su claridad mental.  

Adora las flores, sobre todo las orquídeas, aunque también las flores sencillas, como las astromelias y las margaritas. 

Tiene además sembradas algunas hierbas aromáticas. 

Le gusta la cocina, siente que es un arte sencillo, pero que, como todo arte, requiere de inspiración y de cuidado. 

Su locro de papas es el testimonio de esa nueva pasión que eclipsa gran parte de su día.

“Soy también jardinera y cocinera. Digamos que, como cualquier persona, no me identifico especialmente con ninguna, pero son actividades que afronto con alegría. Entre poeta y novelista soy poeta; me inclino un poco más con el lado de la poesía”.

Su vínculo con los libros 

Natasha Salguero. Revista Bagre.
Natasha Salguero se considera exigente consigo misma cuando se trata de su escritura. Ha sido correctora, editora y escritora. Fotografía: Natasha Salguero.

Natasha Salguero Bravo es novelista, poeta, dramaturga y lectora irredenta. 

Nació el 21 de diciembre de 1950 en la ciudad de Quito, en el seno de una familia siempre vinculada a la cultura, lo que sembró en ella el arte de mirar, sentir y narrar. 

Cursaba el tercer año de educación básica cuando asomó el caudal de cultura que heredó de su familia.

“En el colegio había un periódico en donde uno podía publicar y mi profesor nos había mandado de tarea unas composiciones. Entonces preguntó al leer mi trabajo si me habían ayudado y respondí que nadie». 

En ese instante, Natasha se dio cuenta de que escribía bien. 

«Desde que aprendí a leer, leía muchísimo, tenía la suerte de contar con la biblioteca de mi papá, de teatro, poesía y pintura; la de mi mamá, de novela y ensayo, y la del colegio. Leí bastante poesía también”.

De ese tiempo recuerda haber lactado de poetas como Gustavo Alfredo Jácome; y de obras clásicas como Huckleberry Finn, Tom Sawyer y Mujercitas

Más tarde se nutrió de las novelas de Julio Verne, Robert Louis Stevenson, Jack London, Emilio Salgari, Herman Hesse, las hermanas Bronte y José de la Cuadra. 

«El mundo de la literatura, por suerte, es infinito«, dice para ponerle punto y aparte a un inventario que podría durar horas. 

Y el premio es para… una mujer

Natasha Salguero. Azulinaciones. Revista Bagre.
Azulinaciones fue la novela con la que Natasha Salguero se consagró como literata al ganar el Premio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit. Salguero fue la primera mujer en la historia de este concurso que se alzó con el premio. Fotografía: Goodreads.

En el año 1989 Natasha escribió la obra que le hizo merecedora del Premio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit: Azulinaciones, una novela que habla sobre el aborto de una manera brutal, descarnada, vívida. 

Ese reconocimiento llegó de la mano del periodismo. 

No hacía mucho que había empezado a trabajar en la revista Nueva por invitación de Magdalena Adoum

En una de las reuniones para programar los temas que iban a ser publicados se decidió abordarlo.

Era el año 75 o 76 cuando realizó un reportaje sobre el aborto. 

«Hice una investigación sobre este tema tan delicado por todo lo que implicaba, desde la moral religiosa, la salud, y los derechos sexuales y reproductivos». 

Todo ese proceso «era espantoso, denigrante para la mujer, y me quedó una impresión terrible. Cuando escribí la novela, el tema salió en otro registro, ya no en el periodístico sino en el narrativo”. 

En aquella ocasión Jorge Dávila Vázquez, Juan Valdano y Marco Antonio Rodríguez, con quienes forjaría luego una gran amistad, integraban el jurado del concurso.  

Natasha narra que decidió participar por la seriedad del concurso, además de ser un premio que puede declararse desierto, lo que, a decir de la poeta, garantiza que las obras que ganan sean de calidad. 

“En el momento en que estaba finalizando la impresión elegí un nombre de hombre porque no quería que el jurado se prejuiciara ni a favor ni en contra del texto, sabiendo que se trataba de una autora», matiza la escritora. 

Sin embargo, la escritora se presentó en el Espinosa Pólit con el pseudónimo «Félix», un nombre con el que quiso esconder su género.

«Yo quería que el asunto fuera imparcial. Pensé en un seudónimo que no dijera nada, como Félix. Entregué con alegría la novela. La verdad, pensé que sí tenía oportunidad”, señala Natasha. 

Ella estaba en Bogotá en el evento llamado Colombia Vive, en el que había como mil artistas de todo tipo, cuando la llamó su hija: 

—¡Mami, te aviso que me llamaron del concurso Espinosa Pólit y has ganado; también ganaste el premio Gabriela Mistral de poesía!

Su paso por la cultura 

Fue directora nacional de Cultura, del Ministerio de Educación y Cultura, porque no había Ministerio de Cultura en ese tiempo. 

«Me di cuenta de que la cultura no era valorada en nuestro país”, relata Natasha, quien llegó al cargo en 1993. 

“La gestión fue difícil, por ejemplo, en la Dirección no había caja chica y para pedir lápices (en ese tiempo solamente había máquinas de escribir) debíamos realizar varios oficios». 

Era complicado implementar un proyecto. Recuerdo uno muy pequeño pero que ha perdurado: fue la iniciativa de declarar el 1 de octubre como el Día Nacional del Pasillo«.

La idea fue de un funcionario de la Dirección de Cultura, Mario Godoy Aguirre, musicólogo. Un día preguntó qué le parecía si formulaban el Día Nacional del Pasillo. 

Le pareció lindísima la idea y se la propuse a la subsecretaria de Cultura, en ese entonces Rosalía Arteaga. 

Ella se entusiasmó y la iniciativa pasó al Ministro y luego al Presidente, en el año 94.

 Natasha estuvo también al frente de la Sociedad Ecuatoriana de Escritores. En esa trinchera decidió formar un órgano interno que respaldara los proyectos vinculados a la escritura. 

“Me encontré con una Sociedad pequeña, con poco peso en el ámbito nacional. Conformé un Comité de Honor. Aceptaron ser parte de tal Comité Jorge Enrique Adoum; el Cuchucho Jara; Alicia Yánez, Iván Egüez, y otros escritores importantes».

Despegaron, aclara, con mucha dificultad a pesar de este apoyo puramente nominal. Estuvo al frente casi por un año, pero luego viajó a Cuba, invitada por la Casa de las Américas, y encontró a su regreso una Sociedad en caos. 

«Sentí que no tenía cómo sacarla adelante y me retiré. No fue un éxito de mi vida, pero lo intenté. Espero que alguien tenga la habilidad de hacerlo”, dice resignada. 

Su amistad con escritores y el boom

«Me dio mucha pena la partida de Eliécer (Cárdenas) porque era una persona increíblemente sencilla; nunca tuvo un gesto de arrogancia, de sentirse superior a los demás, a pesar de que era tan culto y talentoso», comenta sobre el escritor cañarense.  

Conoció a Eliécer Cárdenas (1950-2021) en la casa de María Luboenski, profesora de literatura de la Universidad Católica de Quito. 

El día de la presentación de Azulinaciones, en julio del año 90, Luboenski invitó a varias personas a su casa y llegaron, entre otros, Jorge Enrique Adoum y el propio autor de Polvo y ceniza

“Presenté alguno de sus libros en Cuenca, y en Quito, en el Café Libro, cuando este café era activo literariamente”, dice la poeta. 

“Él presentó algunos de mis poemarios en Cuenca. Eliécer tenía una cultura literaria amplísima. De su autoría me gustaron Polvo y ceniza y Una silla para Dios”.

Además, relata, tuvo la suerte de coincidir también con Jorge Velasco Mackenzie y de ser jurado en la IV Bienal de Novela (1996) en la que él ganó. 

Natasha destaca de igual forma las obras de escritoras como Alicia Yánez, Gilda Holst, Liliana Miraglia, María Eugenia Paz y Miño, Gabriela Alemán, «y muchas jóvenes a las que deseo leer, especialmente las de Guayaquil». 

Natasha Salguero. Revista Bagre.
Natasha Salguero no solamente se decantó por la literatura sino también por la danza y el teatro. Ahora gran parte de su tiempo lo dedica a cultivar plantas y a cocinar. Fotografía: Natasha Salguero. Fotografía: Fundación Mandrágora.

Como casi todos los escritores de su época, Natasha Salguero ha sido montalvina, “leía fervientemente a Montalvo cuando estaba en la secundaria”, cuenta. 

Sin embargo, también pondera las obras de José de la Cuadra, «escritor inmenso», dice; así como las de Pablo Palacio, Jorge Enrique Adoum, Carlos Arcos «y muchos y ahora muchas», remarca. 

—Hay que rescatarlos.

—No necesitan rescate. 

Desde hace algunos años los medios identifican a ciertas escritoras, como la ecuatoriana Mónica Ojeda, la uruguaya Fernanda Trías y tantas otras autoras jóvenes, como parte de un «boom literario«. Ellas rechazan esa etiqueta.

Sin embargo, para Natasha esta etiqueta es intrascendente pues ninguna persona que escribe apunta hacia allá.

«A mí me parece que esto del boom no es algo importante, son cosas que ocurren, nuevos libros, nueva poética. No le daría mucha importancia», expone Natasha con un tono al que recurre cada vez que la conversación transita por temas que le resultan fútiles. 

“Yo pienso que toda persona que tiene vocación literaria lo que ama es escribir, lo que ama es ese viaje cuando escribe y plasmar lo que uno ha tenido como una visión inicial», remarca.

«Ese camino es lo que amamos, tanto mujeres como hombres. Y si eso tiene como consecuencia que se hable del ‘boom literario’ qué bueno”.

El feminismo en su vida

Como feminista que es, Natasha Salguero recurre esporádicamente al desdoblamiento del género cuando habla. 

Su activismo, sin embargo, es sutil; no es de calle ni de redes sociales, sino de academia, de ahí que haya impartido talleres a periodistas para que aprendan a escribir sin atavismos patriarcales. 

Salta entonces a la palestra el tema de la vandalización de las estatuas, un hecho cada vez más frecuente que le hace reflexionar sobre la colonia y su incidencia en el racismo.  

«La colonia ha sido terrible, hemos vivido 500 años de racismo, pero hay que preguntarse si estamos haciéndole el juego a algún otro tipo de colonialismo. Mucha gente ahora es iconoclasta», precisa sobre este tema que le interesa, aunque no lo escarba. Está escribiendo al respecto. 

Sus anhelos

La poesía es algo que siempre se está escribiendo y a veces uno toma contacto con esa inspiración”, cuenta Natasha. 

“Es un cuerpo que está siempre presente en el mundo, lamentablemente no todos aman la poesía. Lo mismo pasa con la danza. Una debe tener cierta predisposición, sentir, más que entender; no se trata de una cosa demasiado intelectual sino de la sensibilidad”. 

Su afición por la poesía la hermanó con Gustavo Cabrera, poeta ambateño que murió joven. 

Con él en su juventud temprana hizo una revista literaria que publicó cuatro números y celebró los «Jueves de Vallejo» —en honor al poeta peruano César Vallejo—, encuentros en los que conoció a Fernando Nieto, Julio Pazos, Martha y a Lizarzaburu. 

—Su más reciente libro se publicó en 2013. ¿Cuándo tendremos algo nuevo de su factura?

—Presenté una novela a dos editoriales y me dijeron que solo les interesaba las novelas policiales y de terror, y como no soy buena vendedora ni soy persona que consigue las cosas vinculándose con otra gente o insistiendo, ahí la tengo —dice con resignación, pero sin lunares lastimeros—

—Me estaba preguntando si para volver a publicar narrativa debería volver a concursar porque me parece que por ahí se vuelve más viable. 

—¿Y no ha participado en el premio Miguel Donoso?

—Ni siquiera he sabido que existe, pero ese es otro escritor al que tuve el gusto de conocer. Fue un verdadero caballero, un hombre brillante y encantador. 

Su amor por el teatro 

El padre de Natasha fue director teatral, de modo que su vínculo con las tablas viene de estirpe y de larga data. 

Consecuente con su ADN, Natasha nunca se perdió ninguna obra de teatro ni de danza, pero no sale de su casa por la pandemia y porque en Quito se volvió muy difícil moverse. 

«Esta es una ciudad de una topografía tan irregular, que no hay cómo desplazarse porque la movilidad no es fácil. A veces usted llega a su casa a las ocho de la noche y nota que ha tardado tres horas en regresar», cuenta. 

Natasha mitiga el autoconfinamiento al que se somete con el cine, de ahí que recientemente viera La balada de Buster Scruggs, de los hermanos Cohen; y una película de Tarantino que no le gustó porque es demasiado violenta: Django encadenado: 

—Francamente terrible, aunque terriblemente cierta —observa—. Yo estoy por otro lado.

Soy exigente.

Antes de colgar el teléfono aparece Natasha Salguero la correctora de estilo y editora; pide que se haga con prolijidad la transcripción de lo que ha dicho: 

“Suelo quemar los manuscritos si mi escritura no me satisface», dice para expiar la culpa literaria que la obliga a reducir a cenizas sus textos cuando cree que son lejanos a la excelencia con la que se ha comprometido. 

«Soy absolutamente exigente”. 

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