Mujeres. El podio es de ellas

Neisi Dajomes
Neisi Dajomes, el podio es de ellas. Ilustración: Manuel Cabrera
En Ecuador, históricamente, las mujeres han obtenido mejores resultados que los hombres en el ámbito deportivo. El oro de Neisi no tiene nada providencial.

Doctor en Literatura Hispanoamericana; miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua; fundador de la editorial El Fakir y docente universitario, Álvaro Alemán publicó en 2021 Levanta como niña, una suerte de biografía de Neisi Dajomes, a quien conoció cuando la medallista olímpica tenía 12 años, y entonces, deslumbrado por su talento y su férreo carácter, decidió seguirle los pasos.

Hoy, más tranquilo, sin el vórtice que supone el parto de una obra, el también deportista deja en reposo la lectura que lo tiene cautivo, Pecunia non omnia, de Gonzalo Ortiz Crespo, para hablar de Neisi Dajomes y el deporte femenino en el Ecuador.

—Su vínculo con la literatura y el deporte le da solvencia para relatar con soltura qué necesita un deportista para llegar al pináculo olímpico. ¿Los medallistas nacen o se hacen? ¿Ha pensado en eso? 

—Es una respuesta complicada que lleva a un debate muy extenso que nos devuelve a la vieja controversia sobre qué prima, ¿la naturaleza o la cultura? ¿Un buen deportista es una persona que tiene la composición genética superior que le permite alcanzar resultados extraordinarias, o es una persona que tiene una voluntad férrea que le permite someter su cuerpo a entrenamiento extremo? 

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Hay más de medio siglo de investigación científica al respecto y la respuesta no está clara, lo más cerca que se ha llegado es a una suerte de síntesis que proclama la necesidad de ambas cosas. Se necesitan extraordinarias dotes físicas y una voluntad poco común, más aún dadas las circunstancias históricas de principios de este siglo XXI, tan entregado al entretenimiento mediático. 

Los grandes deportistas tienen condiciones físicas por encima de la media, y al mismo tiempo, por alguna razón vinculada con su experiencia de vida y el entorno que les rodea, deciden aplicarse con un rigor extraordinario. Esta disciplina mental y estas condiciones físicas les permiten ser los mejores deportistas. 

—El debate también gravita en torno a los motivos por los que un país gana medallas. ¿Qué opina al respecto? 

—Hay varias respuestas, una tiene que ver con el tipo de deporte. Un país pequeño difícilmente puede competir en igualdad de condiciones con un país muchísimo más grande, aunque siempre toda excepción confirma la regla. Pienso en los dos deportes más importantes y con más participantes del mundo: el fútbol y el baloncesto. 

Uruguay no tiene una población grande. Por ingresos per cápita y por datos demográficos podría estar en la fila, pero sigue cosechando éxitos en el fútbol. En el baloncesto sucede lo mismo con Lituania, un país que estuvo en la órbita soviética y que ha ganado medallas olímpicas con una población del mismo tamaño que la uruguaya. 

En gran medida estos resultados se deben a la tradición; son dos países en donde casi la totalidad de la población se entrega a la práctica de un solo deporte, entonces tienen acumulado un conocimiento colectivo local que se transmite de generación en generación y permite este tipo de circunstancias atípicas. Los países pequeños generalmente ganan medallas en deportes que no son masivos, en aquellos que tienen un menor universo de personas compitiendo en el mundo entero. 

—¿Qué sucede en el caso ecuatoriano?

El caso de Ecuador es ejemplar, no es que haya pocas personas que levantan pesas, sino que en comparación al universo de levantamiento de pesas femenino existe mucho menos competencia internacional de lo que existe en esa misma disciplina en el ámbito masculino, entonces es un juego de números. En el levantamiento de pesas en Ecuador hay un know how, un conocimiento local.

Las tres potencias continentales en pesas son Ecuador, Venezuela y Colombia, y estos tres países hace 50 años hicieron una inversión inicialmente personal, es decir, varios individuos que incursionaron en este deporte se informaron y establecieron una tradición, y ese conocimiento acumulado fue pasando de generación en generación. 

Estas fueron las condiciones para que Neisi ganara.

—Que Neisi destaque en su deporte entonces obedece a que es heredera de esa tradición.

—El levantamiento de pesas femenino no es un deporte masivo a nivel planetario; hay una tradición, un conocimiento local transmitido de generación en generación, que no solamente consiste en saber levantar pesas sino también en saber lo que no se sabe, como buscar suplementos y complementos; y a esto se suman las condiciones extraordinarias genéticas de Neisi y su todavía más extraordinaria disciplina, organización mental y capacidad de concentración. 

Yo creo que otro de los motivos por el que Neisi gana la medalla es precisamente porque estaba directamente conectada con esos viejos trabajadores ferroviarios que utilizaron pedazos y fragmentos de la vía férrea para fabricar los primeros juegos de pesas en el Ecuador.

Estamos hablando de una historia de 70 años ininterrumpidos que Neisi llevaba en la mente y en el corazón, y ella ha estado plenamente consciente de quién vino antes de ella, qué hicieron, cuáles fueron sus sacrificios para que haya llegado donde llegó, y me parece que es lo mismo exactamente en todos los ámbitos de la cultura. La sociedad ecuatoriana debe valorar su legado histórico, y si no lo hace corre el riesgo de sentirse huérfana de antecedentes.

—Se dice que para ganar medallas también es determinante el monto que invierte un país.

Estas son hazañas difíciles de repetir que nada tienen que ver con inversión estatal. Hay que identificar primero las oportunidades y hacer inversiones puntuales, específicas e inteligentes ahí donde se vislumbra existen condiciones, conocimiento local, tradición, disciplina.  

El deporte femenino ecuatoriano históricamente ha producido mejores y más resultados que el deporte masculino, pese al hecho de que la mitad de la población femenina practica deportes con relación a la población masculina, y esto quiere decir que con la mitad de la población femenina practicando deportes existe el doble de resultados.

Si se hiciera la misma inversión económica en mujeres seguramente Ecuador destacaría. En todos los deportes, las mujeres ecuatorianas han logrado mejores resultados, menos en el fútbol, pero están compitiendo desde hace 10 años, y en levantamiento de pesas recién pudieron competir en unas olimpiadas desde el año 2000. 

Casi el 75 por ciento de las medallas en los Panamericanos son de mujeres, y el 100 por ciento en  olimpiadas. Estas consideraciones existen al margen de las agendas populistas, mediáticas, electoreras que distorsionan muchas veces la percepción de la opinión pública dado el hecho de que somos súbditos de la inversión de capitales internacional con relación al fútbol.

—Usted cuenta que su hermana Gabriela Alemán practicaba baloncesto cuando ambos eran adolescentes y que en ese tiempo la veía con cierto desdén desde la orilla deportiva, sin embargo, en el ámbito literario la relación era menos asimétrica. Como machista deconstruido, según sus propias palabras, ¿qué opina del machismo en la literatura?

—El machismo no es exclusivo de los deportes ni de las letras; la sociedad planetaria se ha construido culturalmente de esta manera y se necesitan circunstancias anormales para romper con este ciclo. 

Hay mucha discriminación, ignorancia, desconocimiento sobre la literatura escrita por mujeres en nuestra historia literaria, de hecho nadie ha recopilado ni reeditado hasta la presente fecha las novelas escritas por mujeres ecuatorianas y hay abundante obra. En ese proyecto estamos enfocados con mi hermana en la editorial El Fakir. Queremos publicar obras de mujeres del siglo 20 que aparecieron en una sola edición, desaparecieron, fueron ignoradas y no ha habido nadie dispuesto a buscarlas, editarlas e imprimirlas.  

En el deporte la competencia es directa, no se pueden rebatir los resultados, se trata de un asunto objetivo; en cambio, en la literatura, en donde hay una mirada subjetiva, somos educados para subestimar, ignorar, ser indiferentes e inclusive crueles con relación al desempeño de las mujeres.

—¿Cuándo se propuso escribir Levanta como niña,  la historia de Neisi Dajomes

—Fue en el año 2015, cuando Neisi tenía 17 años y compitió en sus primeros Juegos Panamericanos senior en Canadá con mujeres que tenían el doble de su edad. Subió al escenario, levantó una cantidad enorme de peso, y se desmayó. 

Una de las características del levantamiento de pesas es que hay cierto riesgo, cuando el cuerpo humano moviliza tantos kilos, de perder el conocimiento. A veces tiene que ver con la posición de la barra, que corta el flujo sanguíneo hacia el cerebro; y en otras ocasiones con un asunto de pesaje.

Neisi tenía 17 años, estaba en este escenario y contaba con todas las posibilidades de ganar una medalla en Panamericanos, por cuarta vez en la historia del deporte ecuatoriano, y lo logró. Rompió récords juveniles, se desmayó y siguió. En ese momento supe que ella tenía las condiciones físicas y que nada iba a detenerla. 

Después de ese torneo le dije que hiciéramos el libro, se sonrió y me dijo que sí, pero no seguimos hablando del tema. Paralelamente, en editorial El Fakir publicamos la única biografía del tenista Pancho Segura Cano, quizá el más importante deportista del Ecuador, su primera gran figura internacional. 

—¿Qué retos implica emprender un libro sobre deportes que son tan populares como el futbol?

El proceso de edición del libro de Pancho Segura fue dificilísimo; conseguimos los derechos de la única biografía de él que se había escrito, en Estados Unidos, en inglés, yo la traduje. Entonces lanzamos el libro con inmensa emoción en la Feria del Libro de Guayaquil, pero solamente acudieron seis personas. 

En algunas librerías me dijeron que no sabían quién era Pancho Segura, que cómo iba a escribir la biografía de un desconocido, entonces pensé que debía publicar la biografía de Neisi cuando ganara su primera medalla porque sabía que todo era cuestión de tiempo. Tenía abundantes notas; fue cuestión de agachar la cabeza, sentarse un par de semanas, reunir datos, organizar una cronología y confirmar algunos asuntos. 

Es una biografía lineal que narra desde la llegada de sus padres de Colombia como refugiados a Ecuador, hasta su consecución de la medalla olímpica. Cuenta de manera cronológica las grandes dificultades que enfrentó en el camino, sobre todo de parte de las autoridades deportivas, órganos institucionales que rigen el levantamiento de pesas en Ecuador; la pandemia, y su llegada a Japón. Hay un último capítulo, una suerte de ensayo, que aborda la historia del Ecuador y del levantamiento de pesas. 

Mi intención al escribir este libro, además de la admiración que siento por ella, es acercar a esta figura que nos dio tanta alegría, cuya vida recién empieza, a la gente para ver si el apoyo a ella y a sus compañeras y a las que vienen detrás se convierte en una palabra que inicia una oración y ojalá un largo párrafo en la historia nacional. 

—Es un libro que se trabajó rápido

—Conté con la ayuda de mi hermana, que es una magnífica editora, una lectora desapasionada que, defendiendo al lector, se asegura de que la narrativa fluya y sea consistente. También me ayudaron dos estudiantes de la universidad a constatar datos. Era necesario escribir el libro con prontitud, debido a la curiosidad que generó Neisi. 

—Usted aprendió a usar WhatsApp gracias a Neisi, eso habla de la confianza mutua, de la cercanía. ¿En dónde estaba cuando Neisi ganó la medalla? 

—La Concentración Deportiva organizó una exhibición pública e invitó a las personas allegadas a Neisi y a los periodistas a ver su participación, así que antes de que empiece la competencia estábamos seguros de que ganaría, de lo que dudábamos era del color de la medalla porque los nervios podían jugarle en contra. 

Ella es ese tipo de deportistas que se crece ante la adversidad. En lugar de apocarse ante circunstancias difíciles reacciona de la mejor manera posible. Cuando completó su segundo levantamiento de envión ganó la medalla, no necesitaba hacer un tercero. El que no festejara era una señal de que estaba dispuesta a todo y quiso decirle a todo el planeta, a sus más importantes rivales, que ella era la mejor del mundo y en ese último levantamiento lo demostró. Lloramos, saltamos, nos limpiamos los mocos y volvimos a llorar. Llegamos a casa a sonreír.

***

Agradecemos al escritor Álvaro Alemán por permitirnos reproducir el siguiente fragmento de su libro Levanta como niña.

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La conversación termina, intento capturar qué es lo que en ella rima. Y encuentro un lugar entre varios: los padres de Teófilo minaron oro en el río Telembí, seguramente a principios del siglo pasado. El mismo Teófilo trabajó lavando oro en el río Napo. La asociación de la familia Dajomes Palacios tiene con el oro un antecedente lejano, y será Neisi quien continúe con la tradición familiar.  
 
—A mí siempre me castigaban. Las monjas le preguntaban a Luisa que quién fue la escandalosa, y Luisa decía que era yo. entonces debíamos marchar todas, con solo una vela en la oscuridad, al frío del sótano. En el camino largo recordábamos las historias que nos contaban las trabajadoras del internado sobre el diablo que se tomó el cuerpo de una monja y que vivía ahí adentro, sobre la monja colgada que aparecía en distintos sitios, historias de fantasmas y duendes. Íbamos todas reunidas alrededor de la única vela y, una vez en el sótano, nos echaban llave. Había un solo colchón en el suelo, y a veces éramos seis o siete las castigadas. Nos acomodábamos como podíamos y ahí dormíamos —continúa Neisi.  
 
Antes de que Orfelina llegara del trabajo, Neisi armó su maleta con lo que adivinaba que podía servirle para conocer la playa y lo que necesitaba para competir. Enfiló a su cita con el mar, sin miedo de la tunda que le esperaba a su regreso. Era diciembre de 2009 y ella tenía once años.  

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