«Hablar de la muerte hace bien»

muerte
Ilustración: Manuel Cabrera.
"El día de los finados tiene sentido porque la visita al cementerio cuestiona tu finitud, te quita de la cabeza la arrogancia".

Es una regla implícita que en las reuniones sociales se evite hablar de religión, política o muerte. Sin embargo, para Leonardo Zaldumbide hablar sobre la muerte no es solo un placer sino un oficio.

Sentados en un bar, el historiador relata su reciente viaje a Lima, donde asumió la presidencia de la Red Iberoamericana de Valoración y Gestión de Cementerios Patrimoniales

Mira como un absurdo el mover una fecha ritual como el Día de los Difuntos a un puente de feriado con fines turísticos. Con una visión crítica siempre presente, Leonardo Zaldumbide conversa con la revista digital Bagre.

Leonardo Zaldumbide es actualmente el presidente de la Red Iberoamericana de Valoración y Gestión de Cementerios Patrimoniales. Fotografía: Bullet Marketing Digital.

¿Beber colada morada y comer guaguas de pan parece más rentable que antes, pero aún es un símbolo fuerte?

Pasa mucho con algunos elementos de la comida ritual. Ha perdido bastante el sentido, el contexto que tenía no solamente la elaboración sino el consumo de un pan de muertos, la guagua de pan en todas sus formas.

Ha quedado la guagüita en Quito, pero tanto en la Sierra centro como en el Perú y en Bolivia hay muchas formas, las tanta wawas, como se las llama. Hay escaleritas, coronitas, pajaritos, caballitos, porque tenían una dimensión entre lúdica y ritual: la idea de que el almita regresa, pero además nos nutrimos.

Alguna vez encontré algo muy bonito que decía: cuando pierdes el norte del recuerdo, la guagua de pan es ese bulto, esa forma antropomórfica, abstracta de alguien que falleció. El recuerdo de estos muertos anónimos de otras generaciones.

Ni en origen ni en función dejaba de ser una comida de muertos, ritual, en una fecha que tenía una clara orientación, incluso política: reforzar los lazos de memoria que tienes con tus antepasados

Leonardo hace un recorrido por un cementerio. Desde que era niño y murió un tío suyo, le atrajo el tema de la muerte. Fotografía: Leonardo Zaldumbide.

¿Cómo se mantienen esos rituales en Perú y Bolivia?

Me sorprendió porque están muy activos. Aquí, en cambio, es cada vez más distante el tema de por qué se está consumiendo, pero con el paso del tiempo su nivel de consumo y comercialización ha crecido.

Me causa impacto que haya corrientes que a nivel cultural, no me refiero a los centros comerciales, sino a los planteamientos de debate que se han propuesto desde organizaciones como museos, espacios donde si no es una espectacularización de la época de difuntos, es una mexicanización de la fecha.

La Catrina (figura representativa del Día de Muertos) se ha vuelto un elemento casi hegemonizante dentro de la temporada difuntos, a pesar de la clara intencionalidad política y el uso que tuvo en su tiempo en México antes de su evidente comercialización.

No estoy en contra de que se haga, pero ¿por qué no un altar boliviano?, son igual de bonitos que los mexicanos, pero hay una enorme masificación de los consumos y una preeminencia del mainstream a raíz de la película Coco (Adrián Molina, Lee Unkrich, 2017).

No sé qué tiene que hacer una Catrina de José Guadalupe Posada en el Museo del Carmen Alto. Un año está bien para conocer la tradición mexicana, pero altares de muertos tienen todas las culturas del mundo. Los aymaras tienen hermosos altares, los kichwas tienen altares súper bonitos.

¿Es verdad que de niño jugabas a ser sepulturero?

Me gustaba mucho. Y nunca pensé que iba a poder vivir pensando sobre esto. Cuando tenía unos cinco años, murió un tío abuelo y fue el último velatorio que yo vi en una casa. Era época de carnaval y recuerdo que me metí entre las pantorrillas de mis familiares y alcancé a ver el féretro del Manuelito, como se llamaba, en la mitad de la sala.

Fui debajo del féretro porque había una bomba de Carnaval. La familia gritó y me cogieron, no sé quién me levantó, pero me acuerdo que lo que vi fue el muerto, todo a apergaminado, amarillo.

Alcancé a ver parte de las uñas y tenían una tonalidad entre morada y café que me causó mucho impacto porque, evidentemente, cuando ya no está vivo un cuerpo empieza a cambiar. Te das cuenta que ya era un fiambre, entonces cuando salí yo era una especie de héroe con mis primos porque les contaba lo que había visto.

Siempre me atrajo esa cuestión de por qué te mueres. Empecé a imaginarme cómo era el Cementerio de San Diego, donde me contaron que lo habían enterrado.

Usando los legos que teníamos, como una especie de molde, hacía nichos, hacía cementerios de adobe y ahí ponía las cajitas con los bichos que encontraba muertos, moscos que aparecían en las ventanas.

Por suerte mis papás nunca me prohibían eso, era una curiosidad muy válida, porque por la muerte te preguntas desde muy chico, muchas veces te esconden e inhibes a hablar del tema, aunque hablar de la muerte hace bien, no te hace mal.

Los funebreros, por ejemplo la gente en la Red Iberoamericana, es la gente más amable y más cordial con la que puedes encontrarte cada año. Gente que está junto a la muerte pero que paradójicamente está llena de vida.

¿Qué es la Red Iberoamericana de Valoración y Gestión de Cementerios Patrimoniales?

Es un organismo internacional, que en este vigésimo tercer encuentro, convocó a mucha gente que está trabajando en el tema del patrimonio.

La componen diecinueve redes locales. No se hace una descripción, no nos asombramos del patrimonio funerario, si no que intentamos leer detrás de eso, por ejemplo, las disputas en torno al cuerpo, las violencias, la muerte, los límites, la enfermedad, segregación. Poco a poco hemos ido posicionando un discurso que ha tenido mucho eco en algunas redes.

Leonardo sostiene que vivimos una suerte de desamparo luego de la pandemia. Fotografía: Leonardo Zaldumbide.

¿Por qué aceptamos que se hable de ciertas muertes públicas, mientras que los centenares de asesinados en las cárceles se olvidan pronto?

Eso está enmarcado dentro de una corriente internacional global de ascenso de los fascismos. Las políticas de la memoria están enfocadas hacia el manejo del olvido.

Lo que, por ejemplo, aparecía esta semana como un acto heroico de (Nayib) Bukele, en el cementerio apuntalando mazos contra los nombres de los pandilleros no es algo novedoso, no es algo nuevo del siglo XXI, pero es algo relacionado al surgimiento de regímenes totalitarios y generalmente anclado a la existencia de crisis económicas globales.

Vivimos el desamparo, un principio que afecta gravemente a todas las personas. Te sientes desamparado aquí, en China, Alemania o Estados Unidos luego de la pandemia. Los sistemas de salud y educativos han sido perjudicados y uno entra en un proceso de la solución fácil, que es la aplicación de la violencia estatal.

Pero también de la incapacidad de los Estados por satisfacer necesidades de las poblaciones y que conlleva el surgimiento de nuevas formas de exigir accesos a bienes y servicios por parte de los grupos poblacionales que también pueden tornarse violentos.

La construcción de la memoria es una cuestión política, sostiene el historiador Leonardo Zaldumbide. Fotografía: Leonardo Zaldumbide.

¿Se puede imponer una sola forma de memoria?

Nelly Richard, esta teórica chilena, cuando hablaba de las políticas de la memoria la avizoraba como un dispositivo móvil en el que también se dan una serie de batallas y de disputas.

Lo que se recuerda no necesariamente debe ser objetivo. Es lo que vemos aplicado al llamado de acción política sobre ciertos cuerpos. El Salvador hace una campaña con el mensaje “haremos que te olviden”. Lo mismo hizo el Tercer Reich, los regímenes totalitarios de África, Stalin.

La construcción de la memoria es política. Pero la solución de demandas sociales a través de derechos se ve como lenta, antojadiza, poco efectiva y da paso a que la población se exacerbe y acepte este tipo de posiciones o de propuestas.

Se percibe que lo óptimo, en lugar del duelo, es que te integres nuevamente al sistema productivo porque, como dijo Foucault, ya en el siglo XX el enfermo y el muerto no solo eran estados no deseables sino estados del fracaso, por eso se los empezó a recluir y la muerte empezó a ser ocultada.

En Guayaquil se ha pasado del solitario velatorio en pandemia a ver la muerte todos los días en televisión, expuesta…

Durante la pandemia se restaron los afectos del tema funerario, como si el velatorio cumpliera solamente un plan formal. La gente quedó afectada. Pasaron muchas cosas y tenemos deudas pendientes.

Hay que analizar cómo entendemos las desapariciones y muertes que se han revertido en Ecuador en procesos de violencia, en que se ha naturalizado la muerte como espectáculo: grupos violentos que cuelgan un cuerpo y visibilizan lo que debe estar oculto, íntimo, privado, en sentido ritual hacia lo masivo, brutal.

¿Cómo has visto a tus estudiantes responder a la muerte en la pandemia?

La universidad tiene que enfrentar el problema educacional. Tenemos un enorme hueco que estamos evidenciando cada día en ese tema, pero afectivamente la gente está triste, el estado de ánimo, el estado de vivir la ciudad, incluso la misma cercanía de la muerte como concepto, como posibilidad, nos ha marcado horriblemente.

Perú no es un país que está lejano a nivel de políticas, de derechos y de avances, pero en Lima la gente a las tres de la mañana está en la calle, caminando. Entonces te das cuenta que aquí, en Quito, donde no se sale, hemos perdido enormes porciones de calidad de vida en este tiempo.

Leonardo Zaldumbide es crítico con la mexicanización en Ecuador del Día de difuntos. Fotografía: Bullet Marketing Digital.

¿Qué conlleva convertir en puente de feriado a una fecha ritual como el Día de los difuntos?

Es absurdo. En los noticieros hablaron de “poca afluencia de gente” a los cementerios, pero qué esperaban si estás convirtiendo en un hecho turístico una cuestión que era ritual. Es como que en algún momento se nos ocurriera trasladar, no sé, la Navidad a otra fecha.

El día propio de los finados tiene sentido y es muy bonito porque la visita al cementerio te cuestiona tu finitud, te quita de la cabeza mucho de la arrogancia que te mete el sistema sobre adónde vas a llegar, a estar, las metas que vas a lograr en vida.

Y la visita al cementerio también te hace un sujeto de afectos, de conexiones que a veces no son tuyas porque, como dice Antoni Marí, cuando pasas por ahí y lees las lápidas, los epitafios que ha puesto alguien, silenciosamente la mencionas y al mencionarla traes a esa persona. Haces una especie de oración sin haberla pedido: nombraste y nominar es dominar, decía la profesora Miriam Merchán.

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