Los muros que narran a Gabriela Ayala

Gabriela Ayala
Juan Fernando Suárez.
El pasado 15 de diciembre, Gabriela Ayala dejó definitivamente los muros. Su obra, sin embargo, la mantiene presente.

Con una mirada potente, oscura como su cabello, Gabriela Ayala Coral pintaba enormes murales en Ecuador y el mundo. Era pequeña pero con su energía y perseverancia plasmó de colores y encuentros las paredes. Nació en San Gabriel, provincia del Carchi, en 1984. Su padre era un campesino de la comunidad Yalquer. Ese encuentro, entre la comunidad y el campo, se reflejó en toda su obra.

A pesar de vivir en una ciudad pequeña, como San Gabriel, pasaba las vacaciones con su familia paterna, rodeada del misticismo propio del páramo y la siembra. Su madre era profesora unidocente, y dibujaba o calcaba las carátulas de sus cuadernos. La relación con su madre, su compañía en el dibujo, fue la primera inspiración para elegir el arte como su camino.

Siendo aún pequeña, Gabriela sentía que no encajaba con los demás, ella era la única de su entorno que veía la vida desde otra sensibilidad. Cuando llegó el momento de escoger la especialización de bachillerato, según dijo en una entrevista para el libro Diálogo femenino desde las distintas manifestaciones artísticas de Imbabura: “(…) todos estaban en contabilidad, física o química, y yo era la única en artes, ahí me sentía un poco incómoda, estaba un poco confundida, yo era la única diferente”.

Gabriela Ayala
Gabriela Ayala en Cotacachi, mientras trabajaba como gestora cultural y ofrecía talleres en la Fundación Juntos Leemos. Fotografía: Xavier Gómez Muñoz.

Para ese entonces su hermana mayor ya vivía en Ibarra y supo del Instituto de Artes Plásticas Daniel Reyes. La familia entera se trasladó a esa ciudad cuando Gabriela tenía catorce años, y ella se quedó fascinada al encontrar un rinconcito poblado de esculturas de madera, donde las tiendas con cinceles y virutas se agolpan una tras otra: es una población que consume arte, lo destila y fabrica artistas. 

Los murales que rodean el Instituto Daniel Reyes, las esculturas que brotan de las paredes, significaron para Gabriela una nueva posibilidad.

Un nuevo comienzo

Sin embargo, este nuevo inicio tenía sus dificultades. Gabriela no se veía a sí misma como una dibujante innata, por lo que debió esforzarse el doble, perseverar, sumar experiencia y práctica. 

Trazos de figuras que mezclan diferentes animales, formas que le permitían lidiar y decidir sobre el rumbo de su vida. Esos primeros bocetos la llevaron a encontrar un estilo propio, que floreció hasta convertirse en un trazo que despliega miradas femeninas, naturaleza, sábila y vida, y la enrumbó por un camino en el que en esa época las mujeres poco se involucraban: el muralismo. Su arte más palpable y por el que sería reconocida.

Mural para una campaña contra la violencia de género, en Cotacachi, provincia de Imbabura. Fotografía: cortesía de la familia de Gabriela Ayala.
Zoo-morfos. Imagen tomada del blog de Gabriela Ayala.

Por medio del Instituto Daniel Reyes, formó parte del grupo comunitario Ukupacha, con el cual viajó por el país pintando murales de paisajes. Era la única mujer en el grupo, y fue desde esta dinámica que incluía el trabajo en equipo en cuanto a boceto, manchas y concreción de murales, con lo cual fundamentó las bases para seguir su camino y explotar su creatividad. 

Cuando volvía a Ibarra, Gabriela recorría la ciudad en busca de muros vacíos para proponer a sus propietarios hacer murales y, en ocasiones, se hacía cargo del costo de la pintura. 

Poco a poco sus trazos cobraron fuerza y empezaron viajes más largos. En 2010 su obra llegó a Cajamarca, Perú, con un mural de 3×3 metros; en 2014 participó en el primer encuentro internacional de muralismo en Bolivia, “Otra Tarija es Posible”, con un formato de 6×6 metros; en 2015 fue invitada para el primer encuentro de mujeres muralistas en México, donde participó con la obra “Mujeres de Valdivia”. 

Muro sobre la sabiduría femenina y remover la tierra como un proceso para el cambio y transformación propia, en Formosa, Argentina. Fotografía: cortesía de la familia de Gabriela Ayala.

Murales por el mundo 

Sus murales, hoy, se encuentran en Bélgica, Colombia, México, Argentina, Bolivia, Chile y, por supuesto, Ecuador, lo que convierte a Gabriela Ayala en una de las mejores representantes del muralismo en nuestro país, con más de cincuenta obras que resaltan sus personajes femeninos antropomorfos y zoomorfos, donde la naturaleza estalla, el florecimiento resalta, y pequeños seres mágicos, su firma casi secreta, bailan o tocan canciones invisibles. 

Los viajes de Gabriela habían demorado la obtención de su licenciatura en Artes Plásticas en la Universidad Técnica del Norte, la cual complementó con una maestría en Comunicación Intercultural con Enfoque de Género. Hizo arte comunitario sobre todo en Ibarra y sus alrededores. Como gestora cultural coordinó el encuentro de mujeres en el arte Killa, fue curadora en Festival Samay de Cotacachi, coordinó el movimiento artístico Arkipus y fue delegada internacional para el Movimiento Internacional de Muralismo Italo Gassi. 

Su nombre artístico era Elizabetha Gabriel. Sus obras más visibles son, sin duda, los murales, pero era además ilustradora, ceramista y fotógrafa, e integraba sus diversas manifestaciones artísticas con técnicas como el grabado y el bordado. 

Bordado. Fotografía: cortesía de la familia de Gabriela Ayala.

La fotografía fue otro aspecto importante en su vida, un arte que empezó en el Instituto Daniel Reyes y que se quedó con ella, participó en varias muestras fotográficas y colaboró activamente con la revista belga conSentidos. Latijns – AmeriKa, con fotorreportajes sobre América Latina. Uno de sus proyectos consistió en fotografiar el cuerpo de mujeres de comunidades en etapa de gestación, el cual se expresó a través de la imagen y el territorio de aquellas mujeres. Las fotos se imprimieron en telas y se combinaron con bordado. 

Los encuentros con diferentes muralistas, el contexto social, la poca visibilidad de las mujeres en el arte, la involucraron con las luchas del feminismo. Gabriela Ayala asumió así un compromiso social y comunitario, y participó activamente con las mujeres karankis de las comunidades La Esperanza y Angochagua que trabajan el bordado, también con las mujeres jubiladas organizadas de San Gabriel y con movimientos feministas ibarreños. 

Estas experiencias comunitarias hicieron de ella una mujer humilde pero al mismo tiempo poderosa, influenció en su comunidad y se comunicó con sus raíces, lo cual se plasmó en su obra y su palabra, como consta en el libro Diálogo femenino desde las distintas manifestaciones artísticas de Imbabura

“¿Caminamos vacíos muchas veces en la tan popular vida, pensando en mí, en mí, en mí y, por qué no, en mí nuevamente, el individualismo tal vez? Ni nos importa el resto: si comerán, si tienen techo, o si mueren cada día al intentar subsistir, pero caminamos, vemos y pasamos… ¡Es nuestra rutina! Pero debe haber rupturas obligadas, donde un día en esa rutina vivamos algo diferente, que nos diferencia de los demás días, inventar algo por el resto, hacer feliz a alguien, crear las sorpresas, las impresiones, frente a acontecimientos socioculturales con expresiones y herramientas del arte…”.

Su impronta artística

Si bien Gabriela empezó su camino acompañada por círculos principalmente masculinos, su interior y su reencuentro con la feminidad fueron fundamentales para definir su estilo. 

La obra de Gabriela habla sobre el camino del florecimiento; sus murales están cargados de iconografías femeninas fantásticas que narran pequeños microcuentos, impregnados de tonalidades agua, azules, turquesas, lilas intensos que contrastan con tonos ocres, amarillos y naranjas. 

Una de sus obras destacadas, por su belleza y tamaño, se encuentra en el parque La Madre, en la pared del baño de mujeres, en el Guabo-Machala. Este mural lo hizo en el contexto de la red de encuentro para artes urbanas Visaje. 

El mural de Gabriela Ayala en el Guabo, en proceso de creación. Fotografía: cortesía del registro fotográfico del encuentro Visaje.

Se trata de una mujer gigante sumergida parcialmente en el mar, con la mirada serena. Tiene esa mirada característica de los personajes femeninos de Gabriela, de narices que se unifican en un solo trazo con sus cejas y difunden paz; en cuclillas, con un rostro poderoso y cabello afro-andino. 

La gigante con el brazo extendido y la mano abierta para recibir, espera a una canoa donde viene un tripulante infantil e ingenuo. Es interesante pensar que Gabriela pocas veces traía un boceto para realizar sus murales: primero se involucraba con el espacio y sus habitantes, de ahí nacía la magia.

Este encuentro con los personajes femeninos no es casualidad, sino un proceso interno de encontrar su propia conexión: “Cuando yo era más joven trataba de resistir, de ignorar esa parte mía femenina, que es como un acompañamiento importante de las mujeres, porque solo estaba en un círculo de hombres”.

Varios artistas que la conocieron recuerdan a Gabriela como una mujer que sabía desprenderse del miedo e invitaba a participar con colores en sus muros. Por ejemplo, el muralista de Cotacachi Jorge Vinueza: 

“Nos hicimos amigos y me invitó a un mural que estaba pintando en La Esperanza, fue mi primer contacto con los murales; Gaby me habló mucho sobre su vida, sus proyectos, sus murales, de la técnica, estilos… Fue hermoso, me inspiró. Desde ese momento me encantó el mural. Siempre nos compartía sus saberes y fue tan grandioso verla pintar”.

En su obra transitan seres fantásticos, parecidos a pequeños duendes, que se esconden en cada uno de sus murales, ilustraciones, cerámicas… Un signo distintivo para quien sabe mirar en su arte. “Cerámica ilustrada” es el mejor término para describir sus piezas y es así como lo anunciaba en los talleres que impartía, después de aprender aquella técnica en San Antonio de Ibarra, en 2013, de ceramistas voluntarias que llegaron al Ecuador por gestión de la Agencia Coreana de Cooperación Internacional Koika.

Cerámica ilustrada. Fotografía: cortesía de la familia de Gabriela Ayala.

La ilustración, otro camino 

Como ilustradora también dejó su huella, aportes para el Ministerio de Salud, para el encuentro de Mujeres Lideresas del Carchi, la portada y contraportada del libro Te cuento mi historia, que recoge relatos de los niños refugiados…

Gloria Sánchez, mujer de medicina tradicional y parte de la Fundación Juntos Leemos, de Cotacachi, expresa que “la forma en que daba sus talleres era con el propósito de conectar con la gente y de compartir mediante el arte una forma de sanación, de trabajar las emociones y transformarlas buscando el bienestar de cada uno”.

Gabriela Ayala frente a los murales pintados por sus colegas, en Cotacachi. Fotografías: Xavier Gómez Muñoz.
Gabriela Ayala (derecha) con Diego Vélez y Gloria Sánchez, de la Fundación Juntos Leemos.

Con su energía vital en lucha por su supervivencia, Gabriela dejó un último mural rebelde, reivindicador, una protesta pictórica, en la comunidad Anranbí Talchigacho, también en Cotacachi, en la que tres niñas indígenas sostienen banderas de lucha o de festejo y se encuentran acompañadas por el cosmos y la montaña. La textura es singular, realista, llena de detalles en la vestimenta. Es una ventana que resume la lucha por su propia vida, que recoge su esencia. 

“Cuando estás en el muro hay muchos ojos, eres visible”, dijo Gabriela en una entrevista concedida para la tercera edición del festival de mural contemporáneo NUMU. Bajar cuando la obra está terminada era “un alivio, porque sueltas todo lo que das en el muro y empiezas nuevamente a ver otros muros, posibilidades para ver en dónde puedo pintar”. 

En un espacio social y cultural donde el arte es todavía un territorio fundamentalmente masculino, Gabriela Ayala irrumpió con toda su energía abriendo camino con la sutileza de sus pinceladas, generando espacios para que el arte femenino cobre mayor relevancia y tenga diálogo, voz y texturas propias.

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