“Nos vemos en el árbol más grande a las dos de la tarde”, indica por teléfono Andrés Crespo.
El árbol al que se refiere está en el parque que bordea el Salado, un estero de aguas salinas —a veces putrefactas— en cuyas riveras se levanta Urdesa, la ciudadela en la que Crespo ha vivido toda su vida.
A la hora fijada, él llega al parque.
Al notar que un guardia de seguridad acaba de expulsar a una pareja de estudiantes se acerca a ésta y le pregunta qué pasó.
—Nos besamos— responde uno de los enamorados.
Andrés frunce el ceño e inmediatamente responde: “pero si los parques son para besarse”.
Enseguida una explosión de risas se confunde con el aleteo de las palomas que allí, en ese recodo verde de Guayaquil, han creado sus nidos.
Se queda en silencio unos segundos, como si estuviera consultando algo a su fuero interno: “¿Intervengo o no?”. “¿intercedo o me la saco?”.
El estudiante amonestado lo rescata de la introspección.
—Yo a usted lo conozco —le dice.
Se siente descubierto…
Conmina a su entrevistadora a que empiece.
—Vamos, que no tengo mucho tiempo —dice.
Cede entonces el árbol más grande a los alumnos que por allí merodean, y elige otro, medianamente corpulento.
Bajo la sombra de un nuevo árbol, Andrés Crespo conversa con la revista digital Bagre.

¿Se necesita estudiar actuación para ser un gran actor?
Creo que no necesariamente debe pasar por eso. Al menos no para mí. Cada caso es distinto y cada cual debe tomar sus decisiones. Yo a veces cuestiono incluso el hecho de que alguien quiera ser actor. Nunca lo he entendido bien del todo.
¿A qué te refieres con eso? ¿Puedes explayarte?
No sé por qué alguien quiere ser otra persona, no entiendo, además tiene que esperar que alguien lo llame para darle trabajo. Es poner tu destino en las manos de otra persona.
Es el acto más narcisista que podría cometer un ser humano en la vida. Hay que ser un sinvergüenza para ser actor.
¿Si me explico? Es como decir y ¿por qué no me eligen a mí si yo sería perfecto?
La actuación es una profesión profundamente artística, sin la menor duda, pero terriblemente infantil también. Es bella, eso sí, muy bella y contradictoria.
Yo no tengo las respuestas, pero estas cosas que te digo sí me parecen ciertas.
Puede que esa percepción que tienes de los actores venga del hecho que tú no solo te dedicas a la actuación sino también a la producción y muchas veces libreteas. No todos tienen tu habilidad para actuar, dirigir y escribir…
Todo tiene que ver con una experiencia de vida, de actitud, y de la forma de ver las cosas y de pensarlas.
Un actor es una persona que se ubica absolutamente en la realidad propuesta por el que escribe y dirige, entonces requiere de una capacidad de empatía, de entrega y de respeto.
Es una cosa rarísima. No sé si yo lo veo así porque tenga más trabajo. De verdad es un concepto mío extraño que no lo entiendo bien. Yo entiendo el ser cuentero, por ejemplo; el hacer stand up; entiendo el teatro porque tiene un fondo político; claro que el cine también lo tiene.
Sería bueno tener una mesa redonda sobre este tema: ¿por qué la gente quiere actuar? O ¿por qué la gente cree que es bueno actuar?
¿Qué le dirías al actor Andrés Crespo de hace diez o quince años con toda la experiencia que tienes actualmente?
Le diría a Andrés Crespo que somos lo mismo, que tenemos buenos y malos momentos. Le diría que es mejor actor que yo porque era más puro. Ahora estoy más intoxicado.
¿A qué te refieres con intoxicado?
Era más puro, actuaba sin pensar. A mí me pasaba algo increíble cuando hacía Pescador. Había leído todo el guión pero cuando me decían que iba a hacer tal escena me sorprendía.
—¿Eso va a pasar ahora? ¿Eso le voy a hacer a ese man?— preguntaba cuando iba a grabar. El director me miraba y me preguntaba: ¿pero no has leído el guión? Y yo respondía que sí pero que no me acordaba.
En realidad no lo había interiorizado porque ese no es mi trabajo.
Mi trabajo es llegar a un lugar a sorprenderme, a maravillarme, a entusiasmarme por algo que va a suceder. Yo no practico las cosas de antemano, muchas veces me olvido de las líneas y trato de poner las mías.

O sea que tú detestas el apuntador…
Yo trato de expulsarlos y si tuviera más poder no permitiría que estuvieran en el set.
Hay personas que te dicen: pero tenías la mano acá, y el brazo acá; hazlo de nuevo igual. Eso va en contra del arte. Eso es una mecanización de las cosas. Yo no le hago a eso. Siempre estoy buscando esa pureza de cuando hice Pescador o Más allá del mall.
Acabas de mencionar el movimiento de los brazos. En una escena de la película El Rezador dices que con la mano izquierda se hace magia. Te identificas con esa metáfora de engañar con la mano izquierda mientras la derecha hace lo suyo…
Esas son líneas textuales de Tito Jara (director de El Rezador). Simplemente es lo que hacen los publicistas, los mediáticos, los políticos, las marcas: llevar tu mente a un lugar que te convenza de otra cosa, distraer tu atención con una mano para con la otra obtener su verdadero objetivo. Ese es el trabajo en gran medida de la humanidad.
¿No crees que tú también eres una especie de distractor? Lo digo porque en casi todas las producciones que has actuado, incluso sin que tuvieras el rol protagónico, tu personaje suele ser el más recordado…
Lo que se siente es la autenticidad mía, que contrasta quizá con los otros trabajos, pero en el caso de El Rezador el trabajo de María Emilia Cevallos me pareció particularmente poderoso y mucha gente se dio cuenta de eso. También el de Renata Jara, quien hace el papel de Gema, y por supuesto el de Carlos Valencia, quien tiene una sutileza y un poder al mismo tiempo.
(Se queda en silencio unos segundos, como si estuviera hurgando en su cabeza…).
Sabes qué, yo creo que lo mío lo que tiene son fuegos artificiales que nacen del carisma, de la autenticidad o cierto desparpajo, pero no tiene más peso que el de los otros. Creo que como soy bastante auténtico eso se siente, pero como te decía: con los otros actores en esta película sí se sintió.
En Pescador solamente éramos otra persona y yo, entonces no había mucho chance, pero en El Rezador sí me parece que hay un elenco coral fuerte.
Siempre interpretas a personajes bellacos, ladinos, bribones. ¿Por qué?
Siempre va a ser más interesante el personaje oscuro, o un personaje en la mitad entre la oscuridad y la claridad, como el de Pescador, que era un hombre bueno haciendo algo oscuro. La mezcla de los claroscuros me gusta más.
¿Por sus matices?
Siempre es más interesante el hijo pródigo, hasta en la biblia dice eso. Resulta que incluso a dios le gusta más la oveja perdida que vuelve al rebaño. Y eso ya no es cosa del público sino de la divinidad.
¿Rezas? ¿En qué crees?
A veces me comunico. En momentos verdaderamente extremos. El resto del tiempo no, soy como cualquier humano. Soy un creyente del espíritu humano y de la vida. El otro día me preguntaron en qué creía y dije en la huevada, pero la huevada es la vida, es la profundidad, el corazón, el instinto, el sentimiento, lo desconocido.

¿Qué tal fue tu experiencia en El Rezador?
Muy bella, la verdad. Rodar una película siempre es increíble; hay que tener una buena actitud, mantenerse bien alimentado, estar jodiendo con la gente porque hay mucho tiempo de espera y de trabajo. El trabajo es muy, muy duro, muy cansado; son doce horas diarias. A veces se graba toda la noche y la concentración que se necesita es impresionante.
Entonces hay que estar bien alimentado, tener chocolate, tabacos, agua y estar jodiendo con la gente hasta que te toque grabar.
¿Cuánto tiempo duró la grabación de El Rezador?
Cinco semanas. Todas las películas se hacen en cinco semanas. En Estados Unidos las de bajo presupuesto se graban hasta en dieciocho días.
El Rezador está en HBO Europa, has brincado el charco, ¿cómo te sientes con eso?
Me gusta que se distribuya bien la película. Mientras más se distribuya más oportunidades puede haber de que me llamen de algún otro lado para irme a trabajar.
Pero no te gusta esperar a que te llamen…
Me gustaría trabajar en otro idioma. Yo hablo inglés, por ejemplo. Sería lindo ir a trabajar a otro lado, pero la verdad a mí me gusta contar historias de Guayaquil. Si me llaman a actuar chévere, pero yo tengo un guion de Guayaquil en el que estoy trabajando duramente.
En realidad son tres guiones y estoy viendo qué hago con eso. He estado grabando escenas en Guayaquil con Daniel Llanos, Dominique Pazmiño Río y Carlos Gallego. Mi meta en la vida es hacer cine de Guayaquil.
En El Rezador la historia gravita en torno a una niña que “hace milagros”, ¿por qué crees que este tipo de fenómenos, vinculados a los santos o a los beatos, tienen tanto raigambre en Latinoamérica?
Todo el mundo necesita apoyo espiritual. Un tercio del mundo es católico y hay otro pedazo musulmán. Todo el mundo necesita fe, una estructura. Los europeos tienen el grado más alto de ateísmo en el mundo, pero el planeta necesita fe.
En Estados Unidos, la gente dona billones de dólares al año a un poco de farsantes que salen en la televisión. No es un tema tan tercermundista, créeme, es global. Aquí lo que hay es más imaginería, el folclor se rueda alrededor de la imagen. Creo que ahí está la diferencia.
¿Cuál es la escena que más te gusta de El Rezador?
Haría un spoiler si te dijera
¿Y la escena que más tardaste en grabar?
La del carro fue la que más tardé en grabar, cuando estaba metido en el auto; la escena con la que comienza la película.
Hay otra escena que me fascina y es en el campo cuando la niña tiene un momento de violencia con otro niño. Yo estoy conversando íntimamente con Nella; esa escena me gustó mucho.

¿Cómo ves el cine ecuatoriano?
El cine ecuatoriano es lo que es, tiene que ir creciendo de acuerdo con sus propias posibilidades. Por fin se está dando en el cine ese primer paso para que sea más valioso.
El que sea cine de taquilla no quita que sea valioso. Se está haciendo cine de taquilla en Ecuador, se grabó Dedicada a mi ex, que tuvo 30.000 espectadores. Ahora va a salir Amor en tiempos de like, que es una película de género enfocada exclusivamente hacia la taquilla y eso me parece un gran camino.
El camino del cine primero es comercial y luego se bifurca hacia otros caminos, como es el cine de autor, el confesional, la pornomiseria, y el cine explotativo. Vamos bien.
La gente tiene una idea torcida de lo que tiene que ser el cine y de por qué no estamos en donde deberíamos. Esta no es una competencia de la mejor pepa de cacao, ni del mejor guineo. Al cine no le importa lo que piense la gente ni el público; al cine no le interesa nada.
El cine es un arte puro en sí mismo y tiene su propio camino. De ahí lo que la gente quiere que pase con el cine es irrelevante.
La gente en Ecuador quiere que seamos como Hollywood, pero eso al cine no le interesa; el cine va a seguir su propio camino porque tiene su propio espíritu.
De todas las películas que has hecho ¿con cuál te quedas?
Siempre me quedaré con Pescador.
Han pasado treinta minutos, la entrevista concluye y Crespo posa para la cámara. —Aquí tómame, que se vea el Salado— dice.
Luego, al grabarle un vídeo, el actor trabuca las palabras y expresa: —Vamos de nuevo—.
Pareciera que estuviese en un set de grabación.
Al cabo de unos minutos se despide, en medio de la mirada atenta de los guardias, que fungen de centinelas de estudiantes.
Mientras tanto, las palomas siguen anidando en los árboles, para inspiración de los incomprendidos y constantemente vejados estudiantes.
Andrés Crespo nació en Guayaquil, Ecuador, en 1970. Es actor, director y guionista. Ha actuado en las películas: Prometeo deportado; Pescador; Sin otoño, sin primavera; Mejor no hablar de ciertas cosas; Sin muertos no hay carnaval; Narcos, El Rezador, entre otras.